Después de circular por el altiplano de Abu Ras, en el sector occidental de Gilf Kebir, descendimos al wadi Hamra, el “valle rojo”, uno de los wadis más bellos de la zona. Fue descubierto por Patrick Clayton en 1933, y su nombre se debe al color rojizo de la arena que lo cubre, rica en óxido de hierro. El wadi, que tiene un desarrollo N-S de unos 20 km. de longitud, destaca por su vegetación, especialmente rica en acacias (A. tortilis raddiana / A. ehrenbergiana) y matorrales como la Zilla spinosa, la Fagonia thebaica o la Maerua crassifolia, lo cual permite la supervivencia de animales de tamaño como la Gazella dorcas y el Ammotragus lervia.
En nuestro campamento de wadi Hamra, al calor de una fogata y bajo un cielo estrellado, fue inevitable recordar la leyenda del Oasis de Zerzura, un lugar casi mítico que ha sido frustrante objetivo de muchas expediciones. El interés de los exploradores europeos por este oasis comienza en 1835, cuando un beduino informó de su existencia al egiptólogo John Wilkinson. La leyenda, en realidad, se recoge en una obra árabe medieval titulada Kitab al-Durr al-Maknuz (“Libro de las perlas escondidas”), en la que se dice que existe un oasis, abundante en tesoros, formado por tres wadis muy ricos en fauna, vegetación y agua.
Tal oasis no ha sido localizado, pero Lászlo Almásy, creyó encontrarlo, tras descubrir el wadi Abd el-Malik y wadi Talh en 1932, y conocer la existencia del vecino wadi Hamra, todos ellos caracterizados por tener vegetación. Al fin y al cabo, aunque ningún explorador a hallado fuentes o pozos de agua en el lugar, Almásy llegó al wadi Abd el-Malik gracias a las indicaciones de un beduino del oasis de Kufra (Libia) que, además, le aseguró que él llevaba sus camellos a un ramal oriental del wadi Abd el-Malik por que allí había agua. De muy recomendable lectura es el libro que Almásy dedicó a esta exploración: Schwimmer in der Wüste: Auf der Suche nach der Oase Zarzura. Existe una traducción al castellano.
El oasis de Zerzura, ciertamente, no lo vimos; pero sí un pájaro que, quizá no por casualidad, los árabes llaman Zerzura (el Oenanthe leucopyga). El auténtico tesoro que encontramos en el wadi Hamra fue una serie de grabados que podrían remontarse al VIII milenio a.C. La mayoría ya fueron registrados en 1935 por la expedición de Hans Rhotert y Leo Frobenius. Destaca uno en particular, en el que se puede ver a un grupo de jirafas perseguidas por una jauría de perros y algunos hombres armados.
Nuestra expedición continuó su marcha hacia el norte buscando la salida del wadi Hamra. Abandonado éste, llegamos a la desembocadura occidental del wadi Assib que, remontándose hacia el sur, conduce al paso de Aqaba. Nos detuvimos para comer al comienzo del Gran Mar de Arena, y subimos un pico cercano (24º 00’ 21” N / 25º 36’ 32” E), con tan buena suerte que descubrimos allí un vértice geodésico alzado rudimentariamente con el mismo tipo de latas de gasolina que una semana antes habíamos visto en Eigth Bells. Por ello, sabemos que fue realizado por topógrafos británicos, previsiblemente en la segunda mitad de los años treinta. Como ya indiqué, los militares aliados tenían mucho interés en esta zona, dado que los italianos poseían Libia y los alemanes se moverían por el norte con el Afrikakorps.
Desde aquí, nos desplazamos unos 170 km al norte para montar un nuevo campamento en pleno Gran Mar de Arena. Éste, es un extenso territorio de 72.000 km2, situado entre el Oasis de Siwa, al norte, y Gilf Kebir, al sur. Aquí hay dunas enormes, de hasta 100 metros de altura. Pero lo más curioso es ver su disposición, ya que se desarrollan de Norte a Sur formando series de hasta 200 km de longitud y un par de km. de ancho, pero dejando zonas interdunales llanas de 1 a 3 km. de anchura. Es por estas zonas interdunales por donde nos podemos desplazar rápidamente, pues moverse por las dunas es mucho más difícil.
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