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El padre de la cosmonáutica

En 1903, se publicó en un diario ruso Más allá del planeta tierra, una obra que, a principios del siglo XX, podría catalogarse de ficción y, hoy en día, ya no tanto. En ella se describían estaciones espaciales en órbita en las que humanos de todas las nacionalidades se aclimataban para aprender a vivir fuera de nuestro planeta. Estas estructuras serían las plataformas desde las que se lanzarían expediciones a otros planetas, como Marte. Concebidas para colonizar el espacio, las estaciones funcionarían con paneles solares y dispondrían de instalaciones con invernaderos para cultivar alimentos y proporcionar oxígeno.

Esta obra, que se reeditó en formato de libro en 1920, pertenece al ruso Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky (1857-1935), considerado el padre de la astronáutica, un visionario que pensaba que el destino final de la humanidad no era visitar el cosmos, sino vivir en él. «Ahora, los hombres son débiles, pero están transformando la superficie del planeta. En millones de años su poder aumentará al ritmo en el que cambiarán la Tierra, sus océanos, su atmósfera y hasta ellos mismos. Controlarán el clima y el sistema solar igual que controlan la Tierra. Viajarán más allá de los límites de nuestro sistema planetario; llegarán a otros soles y usarán su energía fresca en lugar de la energía de su astro moribundo».

Relatos de ciencia ficción se han escrito muchos, unos más acertados que otros, pero una cosa es fabular y otra muy distinta es poner todos los medios para que lo que imaginas en algún momento se convierta en realidad. En 1903, el mismo año en que se publicó la obra Más allá del planeta, también vio la luz un artículo titulado La investigación del espacio mediante vehículos a reacción, en el que Tsiolkovsky, describía el principio para que una nave pudiera salir de la Tierra, lo que hoy se conoce como la ecuación del cohete Tsiolkovsky, una fórmula que sigue siendo una de las bases de la ingeniería astronáutica moderna.

En su estudio propone distintas sustancias que, al mezclarlas, explosionan de forma controlada. Tras muchas operaciones, Tsiolkovsky había calculado la masa de combustible necesaria para alcanzar la velocidad de 8 km/s, -que denominaba primera velocidad cósmica- y, como la cantidad era muy elevada, para reducirla propuso los cohetes de varias etapas. «Para que un cohete de una sola fase alcance velocidades cósmicas debe llevar una enorme cantidad de combustible. Así, para alcanzar la primera velocidad cósmica, el peso del combustible debe superar el de todo el resto del cohete (con su carga incluida) al menos cuatro veces. Pero si utilizamos fases, podemos obtener velocidades cósmicas mucho más altas, o emplear cantidades de combustible comparativamente pequeñas».

Los estudios, en los que explicaba sus teorías y detallaba muchos de los aspectos técnicos de sus vehículos de exploración espacial, aparecieron en la revista Nauchnoye Obozreniye, una publicación sin impacto fuera de Rusia, por lo que sus ideas no fueron conocidas por la comunidad científica internacional, hasta años más tarde.

Autor de más de quinientos escritos, Tsiolkovski fue contando sus teorías, descubrimientos científicos y visionarias ideas de futuro en distintas publicaciones, que iban desde voluminosos tratados a artículos breves. En 1919, dos años después de la Revolución, el gobierno bolchevique lo sacó del anonimato, nombrándolo miembro de la Academia de Ciencias de Moscú, lo que despertó las suspicacias de gran parte de científicos que lo consideraban un advenedizo sin formación académica.

Pero ¿de dónde venía Tsiolkovski? Su vida no fue fácil, nació en una familia humilde y numerosa, eran 17 hermanos, y, siendo niño, perdió gran parte de la audición debido a la escarlatina, circunstancia que lo aisló del mundo exterior y despertó su pasión por la lectura y el conocimiento. Su experiencia escolar no fue buena, a los 14 años dejó los estudios y, a partir de entonces, su aprendizaje fue sobre todo autodidacta.

En 1873, su padre lo envió a Moscú para que recibiera una educación más esmerada,  y gran parte de los tres años que vivió en esta ciudad, los pasó en las bibliotecas, leyendo libros de matemáticas, astronomía, física, química, literatura y filosofía. Tsiolkovski había quedado impresionado con la novela de Verne De la Tierra a la Luna y comenzó a cavilar de qué manera podrían realizarse ese tipo de viajes. «No recuerdo cómo se me ocurrió hacer los primeros cálculos relacionados con el cohete. Me parece que las primeras semillas fueron sembradas por Verne», dijo en alguna ocasión.

Durante su estancia en Moscú, también, trabó amistad con Fyodorov y las ideas visionarias de este filósofo le influyeron poderosamente. Perteneciente a un movimiento denominado antropocosmismo, abogaba por la unión de la humanidad en una causa común y por el progreso científico como elemento clave para acabar con el sufrimiento y la muerte. En el futuro el ser humano diseñaría sus propios órganos en un laboratorio, llegaría a controlar el clima y a conquistar nuevas tierras en el cosmos. Fyodorov carecía de preparación científica y sus ideas no eran más que una utopía, pero su pensamiento filosófico está detrás de muchos de los proyectos que más tarde llevaría a cabo Tsiolkovsky relacionados con la exploración espacial.

Entre 1876 y 1879 vivió de nuevo con su familia y aprovechó para presentarse por libre a los exámenes de profesor de matemáticas. Su educación autodidacta le sirvió para aprobar sin problemas el examen de profesor de enseñanza pública y obtener una plaza para impartir clases de aritmética y geometría en la ciudad de Borovsk, lugar en el casó y formó una familia.

Apartado de todo, Tsiolkovski continuó realizando sus experimentos y escribiendo sus tratados, casi siempre acompañados de ilustraciones. En la obra El Espacio Libre, de 1883, incluye un diagrama con el diseño de una nave espacial con cosmonautas en su interior lanzando pelotas que se mueven en ingravidez aparente. En el boceto pueden verse, también, dos grandes giróscopos que permiten conocer la orientación de la nave en el espacio y otros elementos, como una pequeña cámara presurizada con dos compuertas para salir al exterior sin que escape el aire.

Pero, además de sus dibujos, dedicaba parte de su tiempo a la experimentación; construyó un túnel de viento para probar las características aerodinámicas de un centenar de diseños de aviones. Como no tenía ningún apoyo financiero, recurrió al presupuesto familiar; más tarde, cuando la Academia de Ciencias se enteró de su trabajo, le concedió una modesta ayuda financiera, con la que fabricó un túnel más grande.

Pero el trabajo más importante lo desarrolló a partir de 1892, cuando se trasladó a Kaluga, ciudad en la que vivió hasta su muerte, en 1935. En la última década del siglo XIX, escribió varias obras sobre la exploración del espacio y comenzó a esbozar los principios básicos de la construcción de motores de cohetes y del instrumental de control de posición. De esta época es, también, su idea del ascensor orbital, una estructura de unos 36.000 kilómetros de altura para acceder al espacio -curiosamente la órbita geoestacionaria donde se encuentran la mayor parte de los satélites está a esa altura-. Tsiolkovski pensaba que, en el futuro, estos elevadores serían la manera  más segura y barata de llegar al espacio.

Con escaso instrumental científico, autodidacta, sin pertenecer a ningún equipo y sin que su trabajo tuviera la menor repercusión hasta años más tarde, la figura de Tsiolkovski es inclasificable. Un ejemplo de su aislamiento fue su formulación de la teoría cinética de los gases, en 1881, a la que llegó de manera totalmente independiente, a raíz de sus experimentos. Elaboró las ecuaciones y envió el resultado de sus trabajos a la Sociedad Rusa de Física y Química de San Petersburgo, desconociendo que la teoría ya había sido descubierta. Mendeleyev, presidente de la Sociedad, aclaró el equívoco e impresionado por sus trabajos le propuso como miembro.

En las dos últimas décadas de su vida, con el apoyo del estado soviético, Tsiolkovsky continuó investigando, destacan sus contribuciones en la exploración estratosférica y el vuelo interplanetario. Parte de su legado astronáutico comenzó a ser conocido gracias al matemático, divulgador y escritor de libros de ciencia Yakov Perelman, con el que mantenía correspondencia epistolar y al que se le atribuye haber acuñado el término ciencia ficción.

«He dedicado toda mi vida a meditaciones, cálculos, trabajos prácticos y ensayos. Muchas preguntas siguen sin respuesta, muchas obras están incompletas o no publicadas. Las cosas más importantes aún están por venir«.

El Programa espacial soviético de los años 50 no surgió de la nada y sería difícil entenderlo sin una figura como la de Tsiolkovsky y sus ideas de exploración espacial, que se remontan a finales del siglo XIX. Ingenieros de cohetes, como Serguéi Koroliov o Wernher von Braun lo señalaron como la persona que les sirvió de guía.

La perrita Laika, Yuri Gagarin, Tereshkova o el Sputnik son, en cierta forma, parte de su sueño. «La Tierra es la cuna de la humanidad, pero no se puede vivir en una cuna para siempre».


ALGUNAS FUENTES


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