JOSÉ LULL – Los antiguos egipcios creían que antes de que existiese el universo el caos se manifestaba en un océano primordial llamado nun. En él se hallaba la esencia de Atum, el dios creador, cuyo primer acto fue constituirse a sí mismo. Fue entonces cuando del océano emergió el benbén, la colina primigenia, el primer pedazo de tierra. La colina quedó rodeada por el nun, y en su cima se posó un halcón, símbolo del dios solar que ahora iluminaba todo lo creado. En sí mismo, el origen del universo es una demostración de la victoria del orden sobre el caos, un tema muy recurrente en la simbología egipcia.
El templo egipcio, como lugar sagrado donde el orden debe imperar, asimiló su estructura y características arquitectónicas principales a la forma de ese universo recién creado convirtiéndose, por tanto, en su reflejo en la tierra.
Todos los templos egipcios están cercados por un alto y ancho muro de adobe. En el templo de Karnak este muro define un área de casi 300.000 m2. Lo curioso de estos muros es que en muchas ocasiones no se hacían con hiladas horizontales sino formando ondas, dificultando una construcción en principio simple. Lo que pretendían con estas ondas era mostrar las aguas del nun, indicando con ello que éstas, símbolo del caos, quedaban ahí y no tenían cabida en el espacio sagrado.
La entrada a los templos se realizaba a través de un pilono, una puerta monumental con dos torres laterales. El pilono se asemeja al akhet, las colinas orientales por las que el Sol emerge cada mañana, y en su decoración no falta la representación del faraón aniquilando a sus enemigos, nueva victoria del orden sobre el caos.
Tras el pilono, los templos egipcios poseen un patio a cielo descubierto donde lo que se pretende es que el dios solar irradie con todo su esplendor; por ello a ese patio se le llama “el lugar donde Apophis (el enemigo caótico del Sol) es derrotado”.
La siguiente estructura, en la planta típica de un templo egipcio, es la sala hipóstila, un auténtico bosque de columnas que intenta simbolizar el cañaveral que rodeaba la mítica colina primordial. En Karnak, esta sala dispone de 134 columnas. De éstas, las 12 centrales, de 21 metros de altura, tienen capiteles abiertos ya que, al contrario de las demás, sólo ellas recibían luz a través de las ventanas.
Según avanzamos por el templo vamos ascendiendo progresivamente en altura a través de rampas y escalones, de igual modo que lo haríamos al subir hacia la cima de la colina primordial. El punto más elevado del suelo del templo se alcanza donde se sitúa el naos del sancta sanctorum, el lugar donde reside el dios. Aquí estamos en la cima de la colina donde se posó el sagrado halcón. Por ello, el techo es más bajo en esta sala, pues en ella, al estar en la cima de la colina también estamos más cerca del cielo.
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