Los antiguos grandes monarcas del Próximo Oriente (asirios, babilonios, mitanios, hititas, etc.) tenían la falsa impresión de que el oro era en Egipto tan abundante como la arena del desierto. Multitud de textos nos hablan en ese sentido. Así, el rey asirio Ashur-Uballit escribía al monarca egipcio a mediados del s. XIV a.C. para decirle: “El oro en tu país es como el polvo, sólo tiene que recogerse. ¿Por qué debe permanecer (sólo) en tus ojos?”.
El ataúd interno de Tutankhamon pesa 110,4 kg de oro (fig. 1), su máscara 10,23 kg de oro, un collar del rey Psusennes I pesa 8 kg de oro (fig. 2)… Cuando a pesar del gran saqueo sufrido por el legado del antiguo Egipto vemos la enorme cantidad de joyas de oro que nos ha llegado también nosotros olvidamos las penalidades y tremendas dificultades logísticas que tenían que pasar los mineros egipcios para obtener unos gramos de oro tras arduas jornadas de trabajo bajo el implacable Sol.
¿De dónde obtenían los egipcios el oro? ¿realmente era tan abundante?
Los egipcios disponían de minas auríferas principalmente en el desierto oriental (entre el Valle del Nilo y el Mar Rojo) tanto en su territorio como en Nubia. Exceptuando las pepitas de oro de depósitos secundarios que en lugares como Umm Eleiga pudieron haber sido recogidas por poblaciones predinásticas del desierto, la mayor parte del oro egipcio procede de la explotación del oro primario en minas donde, en el mejor de los casos, la media ronda los 30 gramos de oro por tonelada de material trabajado (fig. 3), si bien en muchos lugares esta relación se reduce a 1-10 gramos de oro por tonelada de material, cifras que dan una idea real del coste de su obtención.
Los exploradores egipcios se dieron cuenta de que las manchas verdes de malaquita podían advertir de la presencia de oro en vetas de cuarzo aurífero. Ya desde las primeras dinastías, hace casi 5000 años, comenzaron a emplear morteros y pesados martillos de piedra (fig. 4) para pulverizar el cuarzo fuera de las minas. Probablemente, los mineros del Imperio Antiguo y Medio eran habitantes del desierto empleados por los egipcios pero a partir del Imperio Nuevo, cuando se incrementa la explotación de las minas nubias (fig. 5), las poblaciones mineras crecieron notablemente.
Las minas de cuarzo aurífero explotadas por los antiguos egipcios son muy fáciles de identificar, pues esencialmente su técnica consistía en seguir las vetas de cuarzo aurífero (fig. 6). Como estas no son muy anchas, la excavación adquiría generalmente forma de trinchera. Pero también encontramos pozos y galerías. Un ejemplo de esto último, de época bizantina, lo hallamos en Bir Umm Fawakhir (fig. 7).
A través de Google Earth podemos acercarnos a muchas de las minas del desierto oriental. Las alargadas trincheras que siguen las vetas de cuarzo aurífero, aún visibles como cicatrices en la superficie, son claros indicadores de su presencia. Pero, igualmente, podemos descubrir antiguos asentamientos egipcios, decenas de casas de simple factura en las que vivían los mineros. A pesar de los miles de años que han transcurrido, su aislamiento ha permitido su conservación (fig. 8).
El agua era, sin duda, una de las principales preocupaciones de las expediciones mineras. No sólo porque era necesaria para el consumo humano y animal, sino porque también era imprescindible para el lavado del mineral pulverizado y la decantación del oro. Los egipcios excavaron profundos pozos para acceder al agua en el desierto. Muchos fueron utilizados durante siglos (fig. 9).
Un texto de época del rey Seti I (ca. 1280 a.C.) hallado en el templo de Kanais (fig. 10), en el desierto oriental, nos recuerda cómo el faraón se preocupó personalmente por facilitar el acceso a las minas de la región y proveer de agua a sus trabajadores:
“Año 9, III shemu 20 (…) Su Majestad inspeccionó el territorio hasta tan lejos como las montañas (orientales). Su corazón deseaba ver las minas de las que se extraía el electro (…). (Su Majestad) dijo: “¡qué horrible es el camino sin agua! ¿Qué pasa entonces con las expediciones que deben saciar sus secas gargantas?(…). (Seti I) viajó por el desierto en busca de un lugar donde excavar un pozo. El dios lo guió (…)y se ordenó a los canteros que excavaran un pozo en las montañas. (…) El agua fluyó en gran cantidad (….) y además, se ordenó la fundación de un asentamiento en el que debía haber un santuario”
También su hijo, el rey Ramsés II, nos dejó en la estela de Kuban (fig. 11) un texto similar en el que queda claro, además, cómo muchos mineros morían en el camino a causa de las extremas condiciones del lugar.
“En el tercer año, en II peret 4 (…) cuando Su Majestad estaba en Menfis y enumeraba las regiones de donde provenía el oro (…) oyó que había mucho oro en la región de Akayta (Nubia) (…) (pero) de los que iban allí sólo volvía la mitad de los lavadores de oro, pues morían de sed en el camino (…)”
Como hemos visto, el preciado oro de los faraones procedía de regiones desérticas donde los mineros debían soportar duras condiciones de vida, trabajando con medios técnicos primitivos. Sin embargo, y a pesar de ello, el oro fluía hacia el valle del Nilo, donde grandes y anónimos orfebres conseguían realizar verdaderas maravillas (fig. 12).
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