En la vasta producción pictórica de Salvador Dalí encontramos numerosos cuadros en los que nos llaman atención los cielos, en particular las nubes que aparecen en ellos. En algunos casos, Dalí las utiliza como una más de sus ensoñaciones; imágenes fantásticas, de gran simbolismo, que llenan su obra. En muchos de sus cuadros más surrealistas encontramos formas nubosas de gran realismo, fruto de sus vivencias en el lugar que le vio nacer y donde pasó la mayor parte de su vida: la comarca gerundense del Alt Empordà. Salvador Dalí fue un gran observador de la naturaleza local y del cielo ampurdanés en particular, algo que plasmó en multitud de lienzos. Puede afirmarse que las características, un tanto particulares, del clima de aquella zona de Cataluña tuvieron su reflejo en los cuadros de Dalí y, seguramente, ejercieron su influencia en el carácter extravagante del propio personaje.
Xica de Figueres (1926) © Fundació Gala-Salvador Dalí.
Retrat de Luis Buñuel (1924) © Fundació Gala-Salvador Dalí.
Dos tipos de nubes son las más abundantes en los cuadros de Dalí: las lenticulares (altocumulus lenticularis) y las de tormenta (cumulonimbus), si bien pintó todo tipo de estampas atmosféricas, en las que plasmó numerosos elementos del paisaje local por los que ya desde joven mostró una gran admiración. Tal y como dejó escrito hace algunos años el meteorólogo de AEMET, Francisco Martín León: Dalí “supo transportar y plasmar los cielos, vientos, nubes y fenómenos atmosféricos que forman parte de la impronta de las gentes de esas tierras catalanas donde el sonido de la Tramontana, la lluvia, los temporales otoñales, etc., son elementos característicos del tiempo ampurdanés.” Fue sobre todo durante su primera etapa –antes de que Dalí viajara a París y el surrealismo llamara a su puerta– cuando retrató con maestría los paisajes de su comarca, cielos incluidos. Con el paso de los años, las imágenes oníricas restaron protagonismo a las reales, aunque nunca faltaron elementos atmosféricos en su obra.
Ossificació matinal del xiprer (1934) © Collection Gilbert Kaplan, Nova York.
Volviendo a las nubes dalinianas, Los altocúmulos lenticulares son relativamente frecuentes en el Ampurdán, ya que las genera el flujo ondulado que provoca Tramontana, al incidir en sentido Norte-Sur contra la barrera de los Pirineos. Ya desde niño, Dalí debió cautivarse por esas nubes alargadas y las plasmó en bastantes cuadros. Las vemos, por ejemplo, en “Muchacha de Figueres” –el retrato que en 1926 le hizo a su hermana Ana María– y también en el retrato de Luis Buñuel, pintado en 1924. Otro cuadro en el que se aprecian unos pequeños lenticulares, salpicando una pequeña porción de cielo, junto a la montaña que domina en la parte derecha, es “Composición con tres figuras. Academia neocubista” (1926).
Los altocúmulos lenticulares son relativamente frecuentes en el Ampurdán, ya que las genera el flujo ondulado que provoca Tramontana, al incidir en sentido Norte-Sur contra la barrera de los Pirineos. Ya desde niño, Dalí debió cautivarse por esas nubes alargadas y las plasmó en bastantes cuadros.
Las nubes tormentosas, gruesas y redondeadas, en contraste con los estilizados lenticulares, las encontramos en un buen número de cuadros de la producción dalinina. En la obra: “Osificación matinal del ciprés”, pintada por Dalí en 1934, las nubes, lo mismo que los dos cipreses que aparecen allí dibujados, tienen una gran verticalidad. Son cúmulos de gran desarrollo vertical. En otros cuadros, los nubarrones adoptan un aspecto más fantasmagórico. Tal es el caso del titulado: “Burócrata medio atmosfericocéfalo ordeñando a un arpa craneal”, pintado en 1933. Y para nubarrones de tormenta un tanto siniestros y amenazantes, en los que se adivinan varias figuras humanas, tenemos también “El espectro del Angelus” (1934), que alude a un motivo religioso que ejerció una gran influencia en la obra de Salvador Dalí. Otro cuadro de temática tormentosa es el “Retrato del embajador Cárdenas”, pintado en 1943, donde un nube amenazante descarga un par de rayos negros sobre el Monasterio del Escorial.
Las nubes tormentosas, gruesas y redondeadas, en contraste con los estilizados lenticulares, las encontramos en un buen número de cuadros de la producción dalinina. En la obra: “Osificación matinal del ciprés”, pintada por Dalí en 1934
Hay casos en que las mismas nubes forman parte de esas imágenes oníricas que en su día salieron de la cabeza de Dalí y que fue capaz de retratar. Tal es el caso de “Afgano invisible con aparición sobre la playa del rostro de García Lorca en forma de frutero con tres higos”, del año 1938. Otra línea de trabajo donde Dalí usa el recurso de las formas nubosas es la de los objetos psycho-atmosféricos anamórficos. En este apartado destaca el cuadro titulado “Calavera atmosférica sodomizando un piano”.
Los elementos nubosos han sido una constante en la obra pictórica de Salvador Dalí. Aparecen ya en los cuadros de su primera etapa y también en los pintados en los últimos años del artista, como “Batalla en las nubes” (1979). La mayoría de los cuadros citados en el presente artículo se han logrado reunir en la muestra “Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas”, expuesta en 2013 (hasta el 2 de septiembre) en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.
L’espectre de l’Àngelus (1934) © Fundació Gala-Salvador Dalí.
© 2013 Conec. Tots els drets reservats.
Interesantísimo artículo. Como colofón final, me gustaría compartir con todos los que lo lean, un pensamiento del fantástico pintor incluido en el estupendo libro realizado sobre su obra por Descharnes y Gilles Néret:
” Adivino cuál será la nueva pintura que yo llamo realismo cuántico; porque tendrá en cuenta lo que los físicos denominan el cuanto de la energía, los matemáticos el azar y nosotros, los artistas, lo imponderable y la belleza. El cuadro del mañana será la expresión más fiel de la realidad ,pero sentiremos que está agitado por una vida extraordinaria que se corresponderá con lo que llaman la discontinuidad de la materia”.