La cuchilla reluciente brillando en todo lo alto sujeta por una cuerda tensa, el cesto ensangrentado listo para recibir las cabezas: todo estaba preparado en el cadalso para recibir a los condenados. Era el mismo cadalso en el que habían sido ejecutados Luis XVI primero y María Antonieta después. El griterío se hizo ensordecedor cuando el carro que traía a los condenados apareció por la esquina de la plaza:
–¡Sanguijuelas! ¡habéis chupado la sangre del pueblo hasta casi acabar con él!
Sus compañeros de la Ferme estaban cabizbajos y su suegro apenas se tenía en pie, pero Antoine tenía la cabeza alta. No quería perderse ni un segundo de los pocos que le quedaban de vida. No dejaba de buscarla, sabía que ella estaba allí a pesar de que él le había prohibido que fuera. Poco antes de bajar del carro la vio intentando llegar hasta el cadalso, abriéndose paso a codazos y empujones. Quiso indicarle que no se acercara más, pero no tuvo tiempo.
Bastó media hora para que los 24 “fermiers” fueran ejecutados.
Las lágrimas de Marie la delataron y los ciudadanos que la rodeaban empezaron a murmurar. Ella los miró desafiante, pero finalmente no se enfrentó a ellos, no podía arriesgarse a morir: Tenía que vengarse de todos los cobardes que no habían podido competir con su oratoria imbatible, sus razonamientos científicos impecables, su capacidad de trabajo infinita, pero se lanzaron sobre él en cuanto lo vieron caído.
¿Era posible amar a una persona tan perfecta que parecía insensible? ¿Tuvo Antoine alguna vez sentimientos como el resto de los ciudadanos de Francia? Envidia, debilidad, cobardía…todo eso le era ajeno. Pero ¿y el amor? ¿Estuvo Antoine enamorado de ella? ¿Se habría casado si no se lo hubiera pedido su jefe?
La rabia, que no el miedo, puso alas en los pies de Marie y en poco tiempo dejó atrás las miradas hostiles a sus lágrimas y llegó a un callejón solitario. Tuvo que detenerse porque estaba sin aliento, entonces se apoyó en la pared y resbaló hasta quedar sentada en el suelo húmedo y maloliente. Solo entonces se permitió llorar de miedo y aullar de impotencia por no haber podido impedir el crimen más injusto de la Revolución. Ella sabía que Antoine no mentía cuando pidió unos días más de vida para terminar de organizar el Sistema Métrico Decimal. Él era así.
Y ahora estaba muerto.
Aunque Marie Anne Paulze no había cumplido trece años cuando tuvo su primer pretendiente, lo rechazó tajantemente porque era un viejo cascado de escaso peculio. Su padre, un rico banquero francés, debía de quererla mucho, porque aceptó la decisión de su hija a pesar de que casi pierde el empleo por ello, porque el pretendiente era noble y tenía poderosos valedores en la corte. Para salvarla definitivamente la casó con uno de sus subordinados, Antoine Lavoisier, que sí era del agrado de Marie. Ese fue el comienzo de una fructífera relación personal y profesional. Tras su matrimonio, la jovencísima Marie fue instruida en la ciencia que cultivaba su marido, la química, aprendió inglés y refrescó su latín. Además cultivó su facilidad para el dibujo tomando lecciones de Jacques Louis David, el gran pintor que años más tarde haría el famoso retrato de la pareja.
En 1789, el año de la Revolución Francesa, tuvo lugar otra gran revolución: la Revolución Química propiciada por la publicación de la obra de Antoine Lavoisier Traité elemental de Chimie. Esta obra, además de la definición de elemento químico, incluía descripciones de los 33 elementos conocidos y una forma sistemática de nombrar los compuestos. También explicaba el fenómeno de la combustión y la ley de conservación de masas, base de la química. En esta obra pueden verse los grabados realizados por Marie con esquemas detallados de los aparatos empleados en el laboratorio que permitían la reproducción de los experimentos. Además de la dibujante y traductora de Antoine, Marie fue su editora y asistente de laboratorio.
La apasionante vida de experimentos y descubrimientos científicos se vio dramáticamente truncada durante el periodo del Terror cuando Antoine Lavoisier y su suegro fueron acusados de colaboración con el Antiguo Régimen por haber trabajado para la Ferme, mezcla de banco nacional y ministerio de hacienda. Ambos fueron condenados a muerte y guillotinados el 8 de mayo de 1794. Marie fue encarcelada y todos sus bienes confiscados. Tras ser liberada se dedicó a completar y difundir la obra de Antoine y al no encontrar editor, ella misma se hizo cargo de los gastos de impresión de la obra póstuma de Antoine publicada en 1803.
También se ocupó de distribuirla entre los científicos que ella consideró dignos del genio de su marido. Entre ellos se encontraba, Benjamin Thompson, conde de Rumford, un guapo mozo de origen norteamericano, truhán por vocación, con el que terminaría casándose. Entre los innegables méritos del conde se encontraba haber desmontado el gran error de Antoine: asignarle masa al “calórico”. No obstante, a diferencia de Antoine, el conde no la invitó a entrar en su laboratorio y “la química” no surgió entre ellos. Su relación terminó de una forma “calórica”: Un día que Marie ofrecía una fiesta a sus amigos y el conde no quería ser molestado, les impidió la entrada a la casa; Marie, en venganza, achicharró las rosas favoritas del conde con agua hirviendo.
Marie continuó organizando reuniones y difundiendo el trabajo que había realizado con Antoine. No obstante, tanto en los textos de Lavoisier que aparecieron mientras él vivía, como en los que aparecieron mucho después de haber muerto, Marie nunca puso su nombre. Pero dada el intenso protagonismo de Marie en la obra de Antoine, si muchos consideran a Antoine Lavoiser el padre de la Química moderna, Marie Anne Paulze puede considerarse la madre de esta ciencia.
Bibliografía:
- SABIAS. La cara oculta de la ciencia. Adela Muñoz Páez, Debate, 2017.
- Antoine Lavoisier y la química moderna. Adela Muñoz Páez, RBA, 2013
- Retrato de los esposos Lavoisier realizado por el pintor Jacques Louis David. Museo Metropolitano de Nueva York
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