Para los urbanitas, jóvenes y mayores alejados del mundo rural, los parques zoológicos y acuarios detentan el honor de haberse convertido en su primer contacto con la naturaleza. Una ventana abierta que insinúa la belleza del mundo natural y la complejidad de sus distintos ecosistemas. La Asociación Mundial de Zoológicos y Acuarios (WAZA, en sus siglas en inglés) calcula que aproximadamente 600 millones de personas visitan sus centros asociados cada año. Qué duda cabe de que los animales y sus comportamientos despiertan multitud de sentimientos. Siempre ha sido así.
Las grandes colecciones de animales exóticos de los soberanos y nobles de la Antigüedad y el Medievo actuaban como símbolos de poder. El uso de animales para la ostentación y el entretenimiento llegó a su apogeo en la Roma clásica estimulado por la maquinaria del circo. No obstante, sólo se puede hablar de parque zoológico en su acepción moderna a partir de 1847, cuando la Sociedad Zoológica de Londres abrió al público su famoso Jardín Zoológico de Regent’s Park (el actual Zoo de Londres), que empezó a funcionar años antes, en 1828, como centro de estudio. Eran los tiempos en que una nueva clase social disponía de más tiempo para el entretenimiento y en que la política de expansión imperialista daba sustento al conocimiento geográfico y científico.
En paralelo a las ideas de la época, los visitantes decimonónicos sólo veían tras las rejas del zoológico fieras extraordinarias dignas de estudio. A medida que ha transcurrido el siglo XX, los zoológicos han ido cambiando progresivamente sus prioridades. Ya no se trata únicamente de exhibir animales, sino que la preocupación por el bienestar animal y una mayor conciencia social sobre los problemas ambientales han dado lugar a que en los zoológicos se hable de conservación de la biodiversidad, educación e investigación.
La directiva europea, “un punto de inflexión”
“El asunto empieza a cambiar desde los años noventa en Europa”, explica Juan Antonio Raga, catedrático de Zoología de la Universitat de València (UV) y director del Parc Científic de esta universidad. En su opinión, la Directiva 1999/22/CE sobre el mantenimiento de los animales salvajes en parques zoológicos supone “un punto de inflexión”. “Con la norma mejora el bienestar de los animales y, además, se cuida el proceso de selección para que el número de zoológicos disminuya y sólo queden aquellos que tengan buenas infraestructuras y una inversión importante”.
A medida que ha transcurrido el siglo XX, los zoológicos han ido cambiando progresivamente sus prioridades. Ya no se trata únicamente de exhibir animales
En España, la Ley 31/2003, que incorpora y amplía la norma europea, ha supuesto un acicate para cambiar los objetivos de estos centros. Al profesor de la Universidad Cardenal Herrera CEU Federico Guillén le encargaron la guía para la aplicación de esta ley, que se ha traducido recientemente al inglés. “Hace diez años la respuesta a la pregunta cómo estamos en España en esta materia era ‘no muy bien’. En este momento, la respuesta es ‘bien’. Ha habido una evolución considerable debida a la directiva europea, a la ley y a su política de aplicación”, explica. Antes de redactar la guía, el investigador elaboró un estudio de evaluación que se aplicó al 75% de los zoológicos españoles. “La ley es muy novedosa porque hasta ahora no había ninguna norma que regulara el objetivo de los zoológicos y acuarios”, señala.
No obstante, pese a que los zoos actuales inscriben entre sus nuevas funciones y objetivos la conservación, la investigación y la educación, Raga considera matizables los dos últimos aspectos en la mayoría de centros. “La investigación en zoos tiene una base real escasa. La ciencia es la institución que más valora la sociedad y los zoos utilizan esa realidad social para, de alguna forma, decir que hacen ciencia. No estoy muy seguro de que se haga ciencia, intentan atender ese ámbito poniendo a alguien que hace cosas pero muchas veces sin ningún rigor científico”, asegura el investigador. Respecto a la conservación, la piedra angular sobre la que dicen girar los objetivos de los zoos, el argumento es similar. “Muchas de las acciones en cautividad se realizan con animales troquelados en condiciones alejadas de la realidad ambiental, lo que no tiene una aplicabilidad. No todos ponen los recursos ni el interés, muchos carecen de evidencias científicas que demuestren sus aportaciones”, apunta.
Sentir o escuchar el rugido de un león
En estos momentos, dice, la educación es lo que justifica socialmente la actividad de los zoológicos. No es lo mismo sentir en directo el rugido de un león que escucharlo en un documental de la BBC o en la secuencia que abre las películas de la Metro-Goldwyn-Mayer. El matiz se aprecia en los mismos verbos: sentir o escuchar. “El contacto puede ser un puente robusto hacia la educación ambiental”, indica. Aunque en este punto, tampoco todos los centros cumplen con las expectativas. “La educación es un instrumento fundamental para mejorar las sociedades pero con intereses puede pervertir a las personas. He visto en los últimos años un montón de justificaciones para que los ciudadanos crean que un estructura de cartón-piedra es la naturaleza. Pero eso no es el medio ambiente. Hay que buscar una imagen más objetiva. Es muy importante educar bien y buscar estándares nacionales e internacionales para evaluar los resultados”, recalca.
El director del Parc Científic de la UV matiza que estas críticas no incluyen al cien por cien de los centros. Existen excepciones. “El Zoo de Londres, respaldado por la Sociedad Zoológica de Londres, es una institución científica de primerísimo nivel mundial. Es el más antiguo pero ha sabido evolucionar”. Junto con el centro británico, otros referentes serían el Zoo del Bronx, en Nueva York, y el Acuario de la Bahía de Monterey, en California, construido sobre una antigua fábrica de conservas de sardinas. “Hay instituciones que lo hacen muy bien, y se mueven para buscar alianzas con ONGs, universidades y centros de investigación. Pero hay sitios que hacen un paripé”, señala rotundo.
El problema es que no existe ningún organismo que arbitre el funcionamiento de los zoológicos y acuarios. “Hay que exigir periódicamente unos estándares y una evaluación externa, aunque sea sin capacidad punitiva”, dice Raga. Un mecanismo así podría activar el resorte para voltear definitivamente los zoos y acuarios del siglo XXI y convertirlos, en la práctica, en auténticos centros de investigación y termómetros de la preservación de la biodiversidad. “Me gustaría ver los zoos del futuro como algo que aproxime el medio ambiente y sus problemas a la gente, que eduque en valores medioambientales y cuyas tareas de investigación sean de interés para las poblaciones salvajes, es decir, que mejore el estado de los animales. Y, para ello, exigiría que un porcentaje económico de su facturación se reinvirtiera en conservación, investigación y educación”.
El problema es que no existe ningún organismo que arbitre el funcionamiento de los zoológicos y acuarios.
La evaluación, no obstante, parece una tarea ardua. “El parque zoológico es muy complejo; son difíciles de valorar”, explica Federico Guillén. “No existe el parque zoológico tipo, hay muchas formas: puede ser un centro de conservación con dos jaulas o un zoo de inmersión tipo Bioparc. En una habitación puedo montar un terrario con hormigas y podría ser un parque zoológico estupendo”.
¿Deben estar encerrados los grandes simios?
Hablar de los zoológicos del futuro y de los centros ideales plantea otro debate. ¿Todos los animales deben éticamente formar parte de la colección de un zoo o un acuario? Guillén asegura que las posturas no pueden ser radicales en este campo. “Si aplicáramos a rajatabla, por ejemplo, las ideas del Proyecto Gran Simio (que defiende el reconocimiento de derechos a orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos como homínidos no humanos y, por tanto, se opone al encierro de estos primates en zoos) hay que preguntarse qué consecuencias tendría. Creo que muy negativas para los propios primates, ya que hay centros que contribuyen a la conservación y garantizan que se pueda repoblar o reforzar poblaciones naturales”. “Que los animales estén bajo control humano no significa que sea malo, si las cosas se hacen bien y con un objetivo. Es preciso establecer una relación coste-beneficio. Una reflexión que extendería a los animales de compañía”, apunta.
Raga discrepa en este punto. “Hay que tener una sensibilidad especial con los grandes simios por su capacidad cognitiva. Hay otras fórmulas para mantener estas especies: como acotar áreas en sus hábitats o luchar contra la caza furtiva y el tráfico de animales”. El investigador de la UV amplía el debate a otras especies, aquellas encerradas en áreas demasiado limitadas en comparación con sus hábitats naturales. Aún así, concluye: “el debate científico nunca es malo”.
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