BARTOLO LUQUE – La Association for Computing Machinery otorga anualmente el Premio Turing, el equivalente al premio Nobel en Ciencias de la Computación. Este año se celebra el centenario del nacimiento del matemático Alan Mathison Turing (1912-1954) que da nombre al premio y es considerado como el padre de la informática moderna.
Turing se licenció (1931-34) en matemáticas en el King’s College de la Universidad de Cambridge, donde recibió clases del mítico matemático Godfrey Harold Hardy. Y ya en 1935 dio las primeras muestras de su genialidad al redescubrir el teorema central del límite. Un año después, en 1936, publica «On Computable Numbers, with an Application to the Entscheidungsproblem», artículo donde presenta el concepto conocido hoy como “máquina de Turing” con el que funda la ciencia de la computación. Reescribe además, en un nuevo formalismo (el marco del problema de la parada), el famoso teorema de Gödel, nacido cuatro años antes y que hizo tambalear todos los cimientos lógico-formales de la matemática. Su definición de Máquina Universal de Turing, una máquina capaz de emular cualquier máquina de Turing, puede considerarse una descripción abstracta de un ordenador moderno con memoria infinita.
En 1936 se trasladó al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, para desarrollar su tesis bajo la dirección de Alonzo Church, otro nombre mítico de las ciencias de la computación. Dos años después obtuvo su doctorado, en el que desarrolló conceptos como hipercomputación y máquinas oráculo, que abordaban problemas no resolubles por máquinas de Turing.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la participación de Turing en el centro de criptografía británico de Bletchley Park para descifrar los códigos secretos nazis de las máquinas Enigma fue crucial. Muchos expertos consideran que gracias a ello la guerra se acortó dos años. Su experiencia como criptógrafo y como diseñador de la bombe, una máquina electromecánica para descifrar códigos, le permitieron en 1943 convertirse en el arquitecto, junto a Max Newman y Thomas Flowers entre otros, de Colossus, considerada por muchos historiadores de la tecnología como la primera computadora programable electrónica digital. A partir de 1945 siguió participando en el diseño de computadoras y desarrollando software, otra de sus grandes pasiones. Publicando en 1946 el primer diseño de un ordenador con programa almacenable.
En 1950 aborda la inteligencia artificial-IA («Computing machinery and intelligence«), proponiendo el hoy conocido como “test de Turing”, donde pretende delimitar qué deberíamos entender por “máquina inteligente” y que todavía es motivo de debates. Podemos decir que sus trabajos en esta área sentaron las bases de las dos corrientes todavía dominantes: la IA clásica o simbólica y la IA conexionista o subsimbólica representada por los conceptos de inteligencia enjambre y las redes neuronales, de las que también fue un pionero.
Turing dedicó sus dos últimos años de vida a la biología matemática, en particular al problema de la morfogénesis («Fundamentos Químicos de la Morfogénesis», 1952), donde su heterodoxia también dejó un sello imborrable. Sus famosas ecuaciones de reacción-difusión han sido capaces de explicar, por ejemplo, la variedad de los patrones del pelaje de los mamíferos o de los colores en peces tropicales, y siguen siendo motivo de investigación hoy en día.
Turing era homosexual, condición que siempre vivió con absoluta normalidad. Lamentablemente, las autoridades británicas, haciendo cumplir una ley de 1885 que se mantuvo hasta 1967, obligaron a Turing en 1952 a hormonarse con estrógenos a cambio de evitar el presidio. Dos años de depresión después, Turing murió en extrañas circunstancias por la ingesta de parte de una manzana cubierta de cianuro. Hay versiones para todos los gustos: suicidio, accidente y asesinato. Pero, lo que sí parece claro, es que si Turing no hubiera sido vejado por las autoridades de la época, la humanidad no hubiera perdido tan temprano uno de los científicos más grandes del siglo XX.
El mito de Alan Turing no ha quedado restringido a los círculos científicos. Si quiere revivir y homenajear a este incomparable genio puede leer la novela «El Quinteto de Cambridge» (1998) de John L. Casti o la mastodóntica “Criptonomicón” (1999) de Neal Stephenson. O leer la obra de teatro “Breaking the Code” de Hugh Whitemore. Y si tiene la suerte de vivir en Valencia, este miércoles 29 de febrero a las 19.00 h, se inaugura en el Centre de Cultura Contemporània Octubre, el ciclo de conferencias: «El cervell de la màquina. En el centenari del naixement d’Alan Turing».
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