Vivimos en un país en el que, de forma histórica, la ciencia ha estado en el furgón de cola de los intereses políticos y gubernamentales. No olvidemos la célebre sentencia de Miguel de Unamuno: ¡Qué inventen ellos! que sintetizaba de forma brillante la dejadez y falta de interés por la ciencia del español medio, por ello no debería sorprendernos el actual estado de la situación.
En los centros de enseñanza secundaria, el alumnado graduado en E.S.O. huye, literalmente, de los bachilleratos científicos, sobre todo del tecnológico, por una elección inversa. Es decir, el alumnado tiende a seleccionar sus estudios de bachillerato no por sus verdaderos intereses, sino por escapar de las asignaturas más duras, como las matemáticas.
Se podría argumentar que, dado que las matemáticas no se le dan bien, la elección de un bachillerato de ciencias, en cualquiera de sus modalidades, vendría a suponer una suerte de “suicidio” académico indeseable por todas las partes: alumnado, padres, entorno social e incluso hasta el propio centro, ávido de que sus estudiantes no “fracasen”. Quizá en una pequeña parte de las elecciones realizadas por el alumnado este argumento tenga validez, pero visto desde otro prisma evidencia algo mucho más importante: ¿qué pasa con las matemáticas?
Siendo como son una asignatura instrumental e imprescindible para enfrentarse con garantías al hecho estudiantil, la carga horaria de las mismas y la floja formación de muchos maestros lastran su aprendizaje a lo largo de la primaria y primer ciclo de secundaria. Cuando el alumnado llega al segundo ciclo de secundaria, en su mayoría, ha perdido ya todo el interés en la asignatura. Ve en ella un conocimiento arcano y cabalístico de difícil encaje en su realidad y se conforma con recordar a duras penas las tablas de multiplicar y, en los casos más notables, la correcta forma de calcular un porcentaje. Tal vez algunos lectores estimen exagerado mi análisis, pero mi contacto diario con el problema así me lo indica.
Cuando el alumnado llega al segundo ciclo de secundaria, en su mayoría, ha perdido ya todo el interés en la asignatura
No voy a negar la existencia de un alumnado excelente y con talento para las ciencias y, como no, para las matemáticas. Alumnado curioso e interesado en profundizar en los conocimientos que se le ofrecen, pero son los menos. Demasiados pocos y demasiado espaciados en el tiempo. De ahí que el profesorado que trabaja en los campos de la didáctica y que, a su vez, está en contacto directo con el alumnado busca formas y fórmulas para conectar de forma más efectiva las matemáticas escolares con la realidad del alumnado. Una forma de capturar interés en la ciencia utilizando herramientas más próximas a su cotidianeidad.
Se suele convenir que cuando el alumnado es el centro del esfuerzo de aprendizaje, es decir, cuando aquel participa de forma activa en la construcción del conocimiento que se le quiere comunicar, los resultados son mejores, más duraderos en el tiempo y le abren caminos nuevos para conectar el conocimiento matemático con su entorno. Es por esto que una vía a explorar es la de acercar fenómenos de la vida real al aula. Debidamente enfocados por parte del profesorado, deberían ofrecer la oportunidad al alumnado de construir herramientas sólidas para una formación matemática básica más ambiciosa que la actual.
Uno de estos hechos cotidianos es el deporte. Y más en concreto el deporte-espectáculo de los fines de semana. Fútbol, baloncesto, tenis… Es ocioso decir lo que supone y mueve el fútbol en este país, así como el impacto en la gente joven, que imita hasta extremos ridículos lo que sus ídolos futbolísticos ponen en práctica semana tras semana en el verde tapiz del terreno de juego. ¿No sería buena idea usar el fútbol para animar al alumnado a usar las matemáticas de una forma diferente? ¿Tiene algo de novedoso este enfoque?
Se suele convenir que cuando el alumnado es el centro del esfuerzo de aprendizaje los resultados son mejores
¿Novedoso? Según y cómo. En EE. UU. las estadísticas del béisbol forman parte inherente del juego. El “pasatiempo nacional” está plagado de datos numéricos, históricos y actuales en los que se mide y valora la bondad de un jugador al bate o su capacidad para eliminar contrarios al lanzar. Partiendo de unas estadísticas básicas, Bill James, un aficionado del béisbol y los números, estableció en la década de los 50 del pasado siglo XX las bases de una ciencia que, actualmente, forma parte de los planes de estudios de múltiples universidades americanas: la sabermetría (en inglés, sabermetrics). El nombre deriva de la organización conocida como SABR (Society for American Baseball Research). Sin llegar a esas alturas académicas, es habitual que los maestros americanos hagan uso de las estadísticas básicas del béisbol para hacer trabajar a su alumnado conceptos como proporcionalidad, porcentajes, funciones, representación gráfica o medias ponderadas. Existe una gran bibliografía al respecto, adaptada a todos los niveles de la escuela primaria americana.
Hay un pero. En España se desconoce, de modo general, el juego del béisbol, su mecánica y, aún más, las estadísticas básicas asociadas al mismo, que en su confección precisan un conocimiento profundo del desarrollo del juego. ¿Qué hacer entonces?
No hay que desesperar, no tenemos béisbol profesional, pero tenemos a uno de los mejores tenistas de la historia, tenemos una selección de baloncesto campeona mundial y europea y tenemos a “La Roja”, así que no está todo perdido.
El tenis ofrece estadísticas muy elementales: velocidad de saque, porcentajes de primeros saques, errores forzados, errores no forzados, puntos de break, set o partidos a favor o en contra… Tiene una virtud para usar estos datos: la frecuencia. Es bien sabido que la “ley de los grandes números” tiende a la probabilidad, por lo que la repetición del experimento aleatorio (aunque en este caso no podamos hablar de azar puro) es de gran importancia para que la estadística adquiera cierto valor diagnóstico. Hay ahí un terreno virgen.
Otro tanto es aplicable al baloncesto. Con la NBA (esta liga sí es muy popular en España) tirando del carro, la FIBA ha iniciado un camino en la mejora de sus estadísticas de juego, introduciendo el concepto de valoración de los jugadores dentro de un partido, de modo que el título de MVP (jugador más valioso) pueda ser otorgado sin ambigüedad. Si a eso añadimos las estadísticas de lanzamientos de 2 ó 3 puntos, los tiros libres o las personales de cada jugador tenemos un campo en el que poder trabajar con el alumnado. Aquí también es notable la frecuencia de los experimentos. Un mismo jugador repite suficientes veces a lo largo de un partido los intentos de tiro u otros lances del juego favoreciendo un análisis de sus números en cada apartado.
Sin embargo, es en el fútbol donde está la verdadera mina a explotar. Por razones sociológicas, de afición, impacto en la juventud y riqueza de posibilidades, el juego del fútbol admite una gama amplísima de temas sobre los que trabajar para, después, ofrecer los resultados al alumnado en un formato atractivo que les anime a usar las matemáticas, aplicándolas a la vida real.
Porcentajes, números irracionales, gráficas, informática de gestión, combinatoria, geometría, juegos de lógica, etc… Todos estos temas y muchos más son susceptibles de ser tratados a niveles de primaria y secundaria con el contexto del fútbol como elemento motivador. Tal vez no sea un deporte en el que la frecuencia sea el factor clave, como ocurre en los otros deportes comentados. Un jugador puede pasar todo un partido sin lanzar a puerta y marcar en el último minuto el gol que da la victoria a su equipo, es cierto; pero cambiando la escala temporal de los datos y tomando temporadas en lugar de partidos, sí que se pueden establecer elementos que ayuden a entender mejor aspectos del fútbol y, de rebote (aunque ésa sea nuestra verdadera intención) mejorar las competencias en matemáticas.
Estos temas y muchos más son susceptibles de ser tratados a niveles de primaria y secundaria con el contexto del fútbol como elemento motivador.
A diferencia de lo que ocurre con el béisbol, que tiene registros estadísticos desde el siglo XIX hasta la actualidad, el fútbol ha iniciado la recopilación de información muy tarde y, en muchos casos, no ha sido la FIFA o las ligas nacionales quienes se han animado a recopilar tal información, sino empresas privadas, lo que hace algo más complicado un trabajo de alto nivel sobre el fútbol. No obstante, esto está cambiando y cada vez es más habitual conocer estadísticas de minutos reales de juego, kilómetros recorridos, números de lanzamientos con una determinada pierna o remates de cabeza y su resultado para un jugador concreto. Queda pues establecido el terreno en el que moverse y ahora solo falta encontrar la imaginación y las ganas de hacerlo. ¿Son incompatibles las estadísticas deportivas con la enseñanza de las matemáticas? ¿No hay manera de aunarlas? ¿Se comportan como el aceite y el agua? Mi opinión es que no. Lo que sí se debe tener claro es que en el fútbol la resistencia al cambio es grandísima y muchas veces se ha puesto en evidencia que a la FIFA no le gustan las mates.
© 2013 Conec. Todos los derechos reservados.
Magnífico artículo. Como docente lo suscribo al 100 %. Creo que si dejamos de pensar que son como el aceite y el agua seremos los primeros en sorprendernos. Por favor, dad la enhorabuena a Don Francisco
Entiendo que lo importante en cualquier asignatura es encontrar el cauce adecuado para au trasmisión. Conectar con los jóvenes alumnos. Analizar sistemas de enseñanza de otros países con altos porcentajes de rendimiento de los alumnos en estas materias.
Las posibilidades son infinitas. Pero lo importante, es comenzar en las primeras etapas de la enseñanza. Yo no soy profesora, pero he sido alumna durante muchos años y todas las asignaturas que me han apasionado han tenido como germen un profesor entusiasta e innovador en su área.
Felicidades por este artículo, en nuestro país hay pocos temas que fascinen tanto y a tantos como el futbol. Puede ser una vía….