Nuestra especie, Homo sapiens, apareció en la Tierra hará unos 200.000 años. Los restos fósiles del homínido más antiguo que se ha descubierto, Sahelanthropus tchadensis, datan de hace unos 6.5 millones de años. Es mucho tiempo, sin duda, pero parece muy poco comparado con el que se estima que lleva la vida en nuestro planeta: unos microorganismos unicelulares (procariotas) fueron los primeros en habitar la Tierra hará unos 3.500 millones de años. Si los procariotas hubieran aparecido en la Tierra hace 24 horas, los homínidos llevarían algo más de 2 minutos y medio en ella, y nuestra especie tan sólo 5 segundos.
Los procariotas han aprovechado bien todo ese tiempo. Están por todas partes y en cantidad. En un puñado de tierra fértil ya hay más de estos pequeños habitantes microscópicos que todos los humanos que han vivido nunca sobre la Tierra. En este éxito como colonizadores tiene mucho que ver su eficiente método de reproducción, por fisión binaria, por la que una única célula procariota se divide en 2 células, que a su vez de dividen en 4, y así sucesivamente. Hay especies que son capaces de producir una nueva generación en tan sólo 20 minutos. A ese ritmo, y con suficientes recursos, una única célula puede dar lugar a una enorme colonia en tan sólo unas horas.
Durante una historia evolutiva tan larga sobre la Tierra, los microorganismos procariotas no sólo han perfeccionado su modo de replicarse, sino que se han adaptado a condiciones ambientales muy distintas. En algunos casos, tan extremas que, hasta hace poco, no se creía que pudiera haber vida capaz de soportarlas. Ciertos procariotas, llamados extremófilos, incluso están felices de vivir en las más duras condiciones ambientales, algunas más típicas de Marte que de la propia Tierra. Es por eso que se les busca y estudia atentamente, porque si hubiera algo vivo en el subsuelo del planeta rojo (o en otra parte del sistema solar) quizás no sería tan distinto a nuestros terrícolas más extremófilos. Pero vamos a presentar ya a algunos de estos seres vivos tan singulares.
Halobacterium salinarum, disfrutando de un baño salado
A pesar de su nombre no es una bacteria. Realmente se trata de una especie de arquea, un tipo de vida unicelular que apareció después que las bacterias a partir de un antecesor compartido con las células eucariotas, que son las que más tarde dieron lugar a organismos multicelulares como algas, plantas, hongos y animales. Es por eso que las arqueas comparten ciertos rasgos con las bacterias y otros con las células eucariotas.
A las Halobacterium salinarum les encanta el agua muy salada, varias veces más salada que el agua marina, tanto, que deshidrata y mata a muchas otras formas de vida. Por eso se dice que son halófilas, y no son las únicas. Salinibacter ruber, que sí es una bacteria, también es halófila. Además de por su gusto por la sal, ambas se caracterizan por un color rosado. Son precisamente las responsables de que las Salinas de Torrevieja tengan ese curioso tono.
Acidithiobacillus ferrooxidans, humor muy ácido
Estas bacterias no se lo toman a broma y viven en medios muy ácidos, como el Río Tinto de Huelva. Son microorganismos quimiolitótrofos obligados, que significa que su única forma de obtener energía es a partir de compuestos inorgánicos, en este caso, mediante la oxidación del hierro. Como Marte es muy rico en compuestos de hierro, algo parecido a esta bacteria sería un estupendo candidato para haber vivido o seguir viviendo en ese planeta. Por eso se planea buscarla allí utilizando un instrumento para una sonda llamado SOLID (Signs Of LIfe Detector).
Eso sí, si se trata de pasión por lo ácido, los acidófilos más extremos que se conocen son arqueas del género Picrophilus, capaces de crecer con un pH de hasta –0.06, un medio tan ácido que disuelve metales.
Thermococcus gammatolerans, más vidas que un gato
Se trata del organismo más radiófilo (resistente a la radiación ionizante) que se conoce, y es una arquea. Puede resistir una dosis de radiación ionizante 3000 veces superior a la que mataría a un ser humano. El secreto es tener varias copias redundantes del genoma y, además, una increíble capacidad de repararlos. Thermococcus también es termófila, es decir, que prefiere hábitats con temperaturas elevadas, pues su mejor crecimiento se da por encima de los 80 ℃. La bacteria Deinococcus radiodurans es casi igual de resistente a la radiación, pero no necesita temperaturas tan altas para crecer, por eso se ha estudiado su capacidad de supervivencia en el espacio exterior. A estos dos extremófilos se les denomina poliextremófilos porque son resistentes a varias condiciones extremas.
Methanopyrus kandleri, no se quema fácilmente
Y es que esta arquea anaerobia no es sólo termófila, sino hipertermófila, porque le gustan temperaturas especialmente altas, de hecho, tiene el récord, al ser capaz de reproducirse a una temperatura de 122 ℃. Se descubrió en la pared de una fuente hidrotermal en el Golfo de California a una profundidad de unos 2000 metros y vive reduciendo dióxido de carbono a metano en presencia de hidrógeno.
Hymenobacter, tomando el sol con mucho frío
Es otro ejemplo de poliextremófilo: esta bacteria resiste la radiación, el frío, el calor, la desecación y es oligotrofo, que significa que es capaz de sobrevivir en medios con nutrientes muy limitados. Se ha descubierto recientemente que es el género más abundante en los paneles solares, estén donde estén, en los del techo de tu casa, o en los de las bases de investigación del antártico o el ártico. En todos ellos, lugares inhóspitos para la vida, muy cálidos por el día y muy fríos por la noche, allí reina Hymenobacter.
Methanosarcina soligelidi, del permafrost siberiano ¿a Marte?
Methanosarcina es un género de arqueas anaerobias productoras de metano, es decir, metanogénicas. Las arqueas metanogénicas del permafrost siberiano cumplen muchas de las condiciones que se suponen necesarias para la supervivencia en las rocas bajo la superficie del planeta rojo. Se ha demostrado que estos microorganismos son muy resistentes cuando se someten a diversos factores de estrés como radiación, desecación y otras condiciones térmicas y físicas de Marte. Y no menos importante, sus requerimientos metabólicos parecen compatibles con las condiciones ambientales de Marte. Si existiera allí algún rastro de un microorganismo así o similar, podría llegar a detectarse con el espectrómetro laser tipo Raman que llevará el rover ExoMars de la ESA.
Microscópicos y más bien rojos que verdes, sin grandes ojos, antenas o platillos volantes, los marcianos podrían estar ya entre nosotros. Después de todo, si algún día se encuentra vida en Marte (o más allá) quizás no sea tan distinta a la que ya tenemos en algún lugar de nuestro planeta. ¿Dejará la Tierra de ser la solitaria portadora de eso que llamamos “vida”? Y si es así, ¿quién es la hermana mayor? ¿Pudo haber vida marciana antes que vida terrestre? Todo eso es, precisamente, lo que esperamos poder descubrir con las misiones en el planeta rojo de estos próximos años. ¡La emoción está servida!
No comments yet.