¿Qué se siente al estar casi dos años sin ver el sol, encerrado en un espacio pequeño con los mismos compañeros, sometido a riesgo físico, sin poder siquiera hablar normalmente con la familia? ¿Qué tolerancia tiene la mente humana?
MÓNICA SALOMONE– Hay tantas respuestas posibles como humanos, pero las agencias espaciales quieren conocer las de seis hombres que, en 520 días, han ido a Marte y vuelto en una nave espacial simulada. Se trata de Mars500, el experimento de aislamiento humano controlado más largo jamás realizado. Su principal objetivo es asegurarse de que el intangible que define al ser humano, su mente, no mandará todo al traste cuando se diseñe una misión tripulada real más allá de la órbita terrestre.
«La respuesta es que sí”, ha dicho ya , especialista en biología humana de la Agencia Espacial Europea (ESA). “Sí, la tripulación es capaz de sobrevivir al inevitable aislamiento que supone una misión de ida y vuelta a Marte. Desde el punto de vista psicológico, podemos lograrlo”. Pero hará falta meses para analizar los datos obtenidos.
Desde que comenzó el encierro, en junio de 2010, los seis ‘astronautas’–tres rusos, dos europeos y un chino- escogidos por la ESA y el Instituto Ruso de Problemas Biomédicas (IBMP), en Moscú, han simulado con todo el detalle posible las oeraciones de llegada a Marte; los paseos extravehiculares sobre la superficie marciana; el viaje de vuelta a Tierra. Han cumplido incluso los tres días de cuarentena cuando la tripulación se reúne tras las salidas a Marte.
¿Repetirían en una misión real, en la que además de aburrimiento hay riesgo de estar sometido a altas dosis de radiación o, simplemente, de no poder volver a casa? Pronto lo sabremos.
Mientras tanto, el ‘centro de control’ de Mars500 recopilaba todo tipo de información médica y sicológica sobre los tripulantes, para entender desde el efecto del estrés y la falta de luz natural a las consecuencias de una convivencia muy estrecha. Se ha analizado hasta la ‘ecología microbiana’ del habitáculo, para averiguar si la permanencia prolongada de los mismos humanos en un sitio cerrado aumenta la presencia de patógenos.
Los tripulantes han disfrutado de gimnasio, sauna y ordenadores. Han cultivado tomates en su invernadero y hecho apuestas durante el mundial de fútbol. Han hablado con el mundo vía Twitter. Pero, eso sí, todas sus conversaciones con el exterior han estado sometidas a los 20 minutos de retraso que se darían en una misión real a Marte. ¿Repetirían en una misión real, en la que además de aburrimiento hay riesgo de estar sometido a altas dosis de radiación o, simplemente, de no poder volver a casa? Pronto lo sabremos.
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