Tras partir de Aqabat, nos dirigimos hacia el oasis de Farafra, descubierto a ojos de los occidentales por Frederic Cailliaud en 1820. A continuación seguimos al sur en dirección al desierto de Abu Minqar, completamente llano. Aquí es muy fácil observar espejismos, ilusión óptica que nos hace ver montañas o cualquier objeto lejano reflejado en inexistentes lagunas. En verano la temperatura puede superar los 50º.
Pero la vida también se adapta a estas condiciones extremas, como la mantis del desierto (Eremiaphila zetterstedti) que se camufla perfectamente en la arena.
Seguimos por el antiguo camino de Darb Abu Minqar hasta llegar al oasis de Dakhla, donde disfrutamos de nuestra última ducha hasta el final del viaje. Archibald Edmonstone fue, en febrero de 1819, el primer occidental en acceder a este oasis. En tiempos faraónicos, hace casi 4300 años, un gobernador egipcio residía en este lugar, considerado como la frontera egipcia más lejana hacia el SO. Más allá todo es desierto y no hay agua en cientos de kilómetros. Sin embargo, sabemos que ya en el Imperio Antiguo (IV milenio a.C.) los egipcios intentaron mantener desde Dakhla hasta el lejano Gebel Uweinat (a 600 km.) una ruta comercial facilitando el discurrir de caravanas gracias al establecimiento de depósitos de agua a distancias regulares. El depósito más grande descubierto hasta ahora es el de Abu Ballas, con más de cien vasijas que podían contener cerca de 3000 litros de agua. Fue hallado en 1918, pero desde 1999 se han descubierto toda una serie de depósitos que insinúan una ruta muy bien definida hacia el este de Gilf Kebir. Tengamos en cuenta que en época egipcia las caravanas se realizaban con burros, pues el dromedario aún no se había introducido para este fin. Cerca de Abu Ballas tuvimos la suerte de ver un depósito bien conservado de los caravaneros tebu.
¿Cómo se guiaban los caravaneros? A grandes rasgos por el Sol y las estrellas, pero también por su conocimiento de la topografía. La intensa calima o las tormentas de arena del khamasin (viento del sur) podían desorientar fácilmente una caravana. Sin embargo, el uso de alamats (fitas) ayudaba a seguir la ruta.
Levantamos nuestro tercer campamento en el wadi Tamasih, a más de 200 km. al SO de Dakhla. Aquí, la erosión caprichosa ha modelado curiosas formas en la roca.
Por fín, en nuestro quinto día de viaje, llegamos a Gilf Kebir, una meseta de arenisca paleozoica cubierta por arenisca del triásico y jurásico que cubre una extensión de 18.000 km2. En l926 fue descubierta por el príncipe Kamal el-Din, que renunció al trono de Egipto con el fin de dedicarse a su pasión, la exploración del desierto líbico. En honor a él la parte este de Gilf Kebir lleva su nombre.
Nuestro primer objetivo en Gilf Kebir fue el wadi Bakht, un valle que se introduce 22 km en la meseta de Kamal el-Din. En su parte final una duna de 600 m. servía de dique a un lago que se originó hace 10.000 años y que tenía capacidad para 100.000 m3 de agua, hasta que en 3500 a.C. esta barrera natural se abrió dejando escapar todo el líquido. Durante la fase húmeda del holoceno se asentaron en torno al lago grupos neolíticos, de los que aún se pueden encontrar numerosos útiles.
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