¿Qué tiene que ver la física con la literatura de ficción y el cine? Con esta pregunta arranca el periodista Ira Flatow, conductor de un programa de divulgación científica en la National Public Radio de Estados Unidos en un festín de conocimiento que probablemente jamás pueda olvidar. Frente a los micrófonos, se sientan dos creadores de primera talla: el novelista estadounidense Cormac McCarthy (“La carretera”, “No es país para viejos”, “Todos los caballos bellos”) y el cineasta alemán Werner Herzog (“Aguirre, la cólera de Dios”, “Fitzcarraldo”, “Rescate al amanecer”). Sin la menor repercusión pública, ambos mantuvieron una amena conversación el pasado 8 de abril de 2011 a la que se unió el físico Lawrence Karuss, director de el Proyecto Origen de la Universidad Estatal de Arizona y autor del libro “Quantum Man: Richard Feynman’s Life in Science” , que los reunió en un festival de la ciencia y la cultura de esa universidad del sureste de EE.UU.
La cuestión del origen fue, precisamente, el punto de partida de la larga charla, cuya versión íntegra puede escucharse aquí (también está disponible la transcripción completa en Connecting Science and Art). El físico Krauss toma la iniciativa: “lo que mejor hace la ciencia es forzarnos a reconsiderar nuestro lugar en el cosmos”. Las preguntas ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos? y ¿a dónde vamos? son las mismas que, en su opinión, se formulan los artistas. Para el escritor McCarthy, “de algún modo, la ciencia te ayuda a mantener la honradez”. “Estás hablando de cosas que son reales y de cosas sobre las que hay un consenso. Es difícil [llegar a un] acuerdo sobre las artes. Algunos premios audiovisuales y literarios se las ven y se las desean para conseguir un consenso sobre quién debe recibirlo. Pero si estás hablando de una teoría en física, ¿sabes qué?, pues que o es verdadera o es falsa”.
Krauss enriquece la reflexión en ese punto: “por traer a colación a Feymann, él dijo que la ciencia es la imaginación con camisa de fuerza”.
Para el cineasta Herzog, el rigor científico ayuda a plantearse de otro modo las cuestiones que plantea la narración de una historia. Recordando la famosa escena de su película “Fitzcarraldo” en la que “conseguía” mover un barco enorme sobre las montañas del Amazonas, confiensa: “estaba allí sentado, intentando averiguar cómo podría yo [hacerlo], como un hombre del Neolítico, sin la maquinaria moderan, e ideé un método […] Pero me enfadó muchísimo que un pseudocientífico había postulado que esas piedras eran tan pesadas que solo antiguos astronautas de diversos planetas habrían sido capaces de hacerlo. Y pensé: eso es una idiotez total y absoluta”. Este rechazo a lo acientífico tiene implicaciones en el público: “Creo que el público -considera Herzog- se siente intimidado por la ciencia, pero adora los grandes libros y las grandes películas. Y en la medida que [estas obras] pueden en algún sentido hacer que la gente reflexiones sobre esas cuestiones de un modo realista, son estupendas”.
Visiones pesimistas sobre el futuro
La influencia de la ciencia en McCarthy, autor del mundo postapocalíptico de “La carretera” no altera, precisamente, su visión pesimista del mundo. “Algunos de mis amigos -apunta- probablemente te dirían que volverme pesimista es una tarea pesada. Soy pesimista sobre muchas cosas, pero -añade bromeando- como Lawrence (Krauss) me atribuye en una cita, no hay motivos para que eso nos entristezca”.
http://www.youtube.com/watch?v=hbLgszfXTAY
El propio McCarthy dice que “El hecho de que yo tenga una visión deprimente del futuro debe alegrarnos porque creo que lo más probable es que esté equivocado”. Herzog sale al quite: “No creo que Cormac [McCarthy] esté equivocado, porque es bastante evidente que los seres humanos, como especie, desaparecerán y bastante rápido. cuando digo rápidamente, [quiero decir] en dos o tres mil años, quizá 30.000, quizá 300.000, pero no mucho más, porque somos mucho más vulnerables que otras especies a pesar de una cierta cantidad de inteligencia”. Y completa: “No me pone nervioso que bastante pronto tengamos un planeta que no albergue seres humanos”.
McCarthy: “El hecho de que yo tenga una visión deprimente del futuro debe alegrarnos porque creo que lo más probable es que esté equivocado”.
Krauss replica que él no está muy seguro de que la humanidad desaparezca por autodestrucción, a lo que Herzog contesta: “No hablo de autodestrucción, que podría ocurrir, claro, sino de muchos acontencimientos imaginables ahí fuera que nos borrarían del mapa en un instante”. Retomando la conversación tras unos momentos de tono apocalíptico, el físico Krauss apunta el hecho de que los hombres del presente se vean a sí mismos como el “pináculo de la evolución”, lo que él pone en duda, y saca a colación la cuestión de la gran singularidad, la toma de conciencia de los ordenadores. “Serán probablemente muy superiores a nosotros y la biología tendrá que adaptarse, de algún modo, a ellos”. Devolviendo la conversación al terreno fílmico, abunda en la idea: “las películas siempre muestran los ordenadores como malignos, pero no sé por qué debería ser el caso. Si son autoconscientes, dudo de que tengan que ser peores que nosotros”.
El programa se abre en ese punto a la participación de los oyentes. El primero que entra en antena el universo descrito en las obras de Herzog y McCarthy como “duro, implacable e indiferente a las preocupaciones de los humanos” e interpela a ambos autores para preguntarles hasta qué punto esa visión deriva de conceptos científicos y cuál es el papel de la ciencia de la complejidad.
Para McCarthy la respuesta no es fácil y, eludiendo la cuestión de la ciencia, apunta a la historia de la literatura: “Si ves la literatura clásica, su núcleo […] es la idea de la tragedia. [La tragedia] está en en núcleo de la experencia humana”. Este hecho es inevitable y no se puede hacer nada para impedirlo, en su opinión. Herzog repara en su respuesta en el hecho de que el universo -más específicamente la tierra- sea el lugar donde vivimos. “El planeta más próximo, la estrella más próxima ahí fuera, sólo está a cuatro años-luz y medio de distancia, pero a la máxima velocidad, nunca llegaríamos tan lejos. Nos llevaría 110.000 años llegar allí, cientos y cientos de generaciones. Ni siquiera sabrían adónde iban. Habría incesto, locura, asesinatos en la ruta…”. Esto le lleva a amar la naturaleza, aunque sea tan dura como la jungla donde ha rodado algunas de sus películas.
La fascinación por los primeros hombres
Werner Herzog ha dirigido un documental en 3D sobre la cueva de Chauvet (“Cave of Forgotten Dreams”). En su preparación, reflexiona sobre el modo de vida de los hombres en los albores de la humanidad. “Es alucinante cómo hace 35.000 años se construyó una flauta de marfil. se tallaba a partir del colmillo de un mamut, tan fina como un lápiz, y luego se cortaba en dos con un pedernal, se vaciaba y se volvía a unir. Además, ahí están los agujeros para los dedos. Y dispuestos de manera tan precisa que logran una tonalidad pentatonal, como hoy día”.
Para McCarthy, lo interesante de la pintura rupestre es la “longevidad de esa escuela de arte”. Desde la época de Chauvet hasta hace 11.000 años “todas las pinturas son iguales. Las perspectivas que emplean, el estilo, as csoas que suelen mostrar […] todo se mantuvo”. “Es impresionante que haya existido una escuela de arte sin [sufrir] cambio durante 20.000 años”.
Herzog se muestra “maravillado” por el bisonte arrodillado de la cueva de Altamira, motivo que se repite en otros momentos, lo que le lleva a preguntarse por al existencia de un “patrón básico y de un artista errante que fueran de sitio en sitio”.
La conversación deriva en las cuestiones planteadas por el Gran Acelerador de Partículas (LHC) de Ginebra. Eso sí, no queda claro si sus hallazgos aparecerán en una película de Herzog o una novela de McCarthy en el futuro.
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