Cuando en 1797 llegó a Gran Bretaña la primera piel de ornitorrinco enviada desde Australia, los científicos de la época pensaron que les estaban gastando una broma pesada. El anatomista del Museo Británico George Shaw, nada más recibir la piel, intentó descoser el pico ante la sospecha de que fuera obra de algún ingenioso taxidermista chino. Y tenía sus razones, porque el animal era inclasificable dentro de la nomenclatura zoológica que Linneo había establecido pocos años antes en su ‘Systema Naturae’. A simple vista, parece una nutria con pico de pato, cola de castor, patas palmeadas, garras y un espolón con veneno (sólo los machos producen la sustancia tóxica). Por si fuera poco (esto lo descubrieron casi un siglo después) pone huevos, aunque también amamanta a sus crías; y el orificio reproductor es el mismo que el digestivo, tal y como sucede en reptiles y aves. Su anatomía era digna de formar parte de un bestiario fantástico junto al minotauro, la sirena, el grifo o la quimera.
Esta especie de mamífero habita en las aguas de los ríos que desembocan en la costa este australiana y en la isla de Tasmania, desde las zonas montañosas del sur hasta las selvas húmedas de Queensland. Durante años, los naturalistas debatieron intensamente cómo clasificarlo. Finalmente se incluyó en la familia de los monotremas, que integran en exclusiva junto a las cuatro especies de equidnas (mamíferos con apariencia de erizos, endémicos de Australia y la vecina Nueva Guinea, que comparten con los ornitorrincos el honor de ser los únicos mamíferos ovíparos).
El ornitorrinco quizá sea el ejemplo más famoso de las peculiaridades que se han sacado de los cajones viejos de Australia (y lo que se conoce como la región geográfica de Sahul, que incluye también algunas islas adyacentes como Nueva Guinea, al ser las partes emergidas de la misma plataforma continental). Todo este área ha desarrollado una flora y fauna únicas debido, sobre todo, a su aislamiento y biogeografía. Sahul se separó muy pronto del supercontinente del hemisferio sur Gondwana. “Hace algo más de 90 millones de años, en el Cretácico, todavía mantenía puentes terrestres con la Antártida y desde que se cortaron, a finales de ese mismo periodo, no tuvo contacto directo con ninguna masa terrestre directamente. El aislamiento y el tamaño son claves para ser distinto”, explica el profesor Joaquín Baixeras, del Institut Cavanilles de Biodiversitat i Biologia Evolutiva de la Universitat de València.Puentes con la Antártida
Tras la separación de Gondwana, los puentes terrestres con la Antártida permitieron el acceso de los mamíferos marsupiales a Australia. Provenían de Sudamérica, donde florecieron y se diversificaron gracias al aislamiento de este continente durante setenta millones de años. La elevación del istmo de Panamá hace unos tres millones de años cambió el devenir de los marsupiales. El polémico paleontólogo Stephen Jay Gould considera este suceso geológico “la tragedia biológica más devastadora de los tiempos recientes”. Los mamíferos placentarios de Norteamérica migraron al sur a través del istmo y arrebataron, mayoritariamente, los nichos ecológicos de los marsupiales. Todavía perduran las zarigüeyas en América, y en menor medida marsupiales de otros órdenes. Pero dos órdenes completos perecieron.
Aún tenemos oportunidad de contemplar una diversa selección de marsupiales en Australia, unas 200 especies tan variadas entre sí como el canguro, el koala, el possum, el quoll, los bilbies, el wombat, y el carnívoro marsupial de mayor tamaño, el demonio de Tasmania. Con permiso de algunos mamíferos placentados, como el dingo, que invadieron el continente australiano junto con los primeros pobladores aborígenes (se sospecha), los reptiles han reemplazado con mucho éxito a los mamíferos depredadores, casi ausentes en la isla. “La escasez de recursos de Australia ha sido un problema para mantener grandes carnívoros, muy escasos históricamente. En su lugar abundan pequeños carnívoros de bajo metabolismo: los reptiles”, señala Joaquín Baixeras.
La escasez de recursos hídricos es la nota predominante de una isla que concentra algunos de los desiertos más implacables del mundo, lo que los australianos denominan el ‘outback’. Aunque la mayor parte de Australia es árida, existe una gran diversidad de hábitats, desde brezales alpinos, zonas de clima templado, amplias sabanas o selvas tropicales. Esto contribuye a su biodiversidad. Y un habitante que no pasa desapercibido: el eucalipto. Hasta 700 clases diferentes. Incluidos los árboles con flores más altos del mundo, los eucaliptos regnans.
La especialización
El escritor y divulgador de la ciencia Bill Bryson en su libro ‘En las Antípodas’ esgrime dos factores para explicar la rica biodiversidad de esta región. “La pregunta que se plantea es por qué Australia, tan a menudo hostil a la vida, ha producido tanto y en tanta abundancia. Paradójicamente, la mitad de la respuesta radica en la pobreza del suelo. En el mundo templado, las plantas que conocemos prosperan en cualquier lugar y tienden a predominar unas cuantas especies genéricas. En los suelos pobres, en cambio, suelen especializarse. Una especie aprenderá a tolerar suelos que contengan, pongamos, grandes concentraciones de níquel, un elemento que otras encuentran desagradable (…) Después de unos cuantos millones de años, acabas teniendo un paisaje lleno de una gran variedad de plantas, donde cada una de ellas prefiere condiciones específicas y domina un retazo de terreno que pocas otras más pueden soportar. Las plantas especializadas conducen a los insectos especializados, y así avanza la cadena alimentaria. El resultado es un país que parece hostil a la vida pero que está maravillosamente diversificado”.
“El segundo factor, más evidente en la variedad australiana, es el aislamiento. Evidentemente, cincuenta millones de años como isla protegieron las formas de vida autóctonas de mucha competencia y permitieron que algunas de ellas –los eucaliptos en el mundo de las plantas, los marsupiales en el mundo animal—prosperaran de forma insólita”, destaca Bryson.
En 2001, un grupo de científicos descubrió en una isla de Australia un insecto gigante que se creía extinto.
El 80% de las plantas y animales de la región australiana no existe en ningún otro lugar. Los científicos ni siquiera se ponen de acuerdo en la cantidad total de especies de insectos. Se sabe que la mayor parte de estas especies son desconocidas para la ciencia. “Si se quiere buscar endemismos en Australia casi nada supera a los insectos cuya diversidad, antigüedad y peculiaridad resultan absolutamente incomparables”, destaca el profesor Baixeras. En 2001, un grupo de científicos descubrió en una isla de Australia un insecto gigante que se creía extinto. El insecto ‘Dryococelus australis’, de hasta 20 centímetros de largo, ya existía en la época de los dinosaurios. “Es un acontecimiento sin precedentes en el mundo de la entomología. No hay nada comparable a estos insectos, considerados los más raros del mundo”, explicó en su día Nicholas Carlile, uno de los investigadores que participó en el hallazgo.
La infancia de la tierra
El aislamiento conduce a la conservación de cosas antiguas, sobre todo si existe estabilidad geológica. Australia lleva 60 millones de años sin decir palabra (geológicamente hablando). “No hay un país con un registro geológico más vasto sobre la historia de la Tierra”, destaca el profesor del CSIC Juan Manuel García-Ruiz, quien participó en 2009 en el documental ‘Planeta Australia: Los archivos de la Tierra’, como miembro del equipo científico. El objetivo de la expedición que motivó el filme era estudiar unas rocas sedimentarias fósiles de hace 3.800 millones de años (el planeta tiene 4.500 millones de años de edad) que se encuentran en una zona desértica de Australia Occidental y se cree pudieron contener las primeras formas de vida primitiva. Algunos científicos defienden la idea de que estas estructuras fósiles son similares a unos montículos construidos por cianobacterias que sólo se encuentran en unos pocos lugares del mundo, con unas condiciones muy determinadas. Hablamos de los estromatolitos.
Hace unos 3.500 millones de años, en la infancia de la Tierra, en aguas de poca profundidad comenzaron a emerger unas estructuras oscuras sobre el agua, con forma de champiñón y textura de mucosa. Estos montículos eran obra de algas verdeazuladas o cianobacterias que atrapaban el hidrógeno del agua y liberaban oxígeno. Este trabajo metabólico les provocaba una textura pegajosa y las partículas de polvo y arena del agua quedaban atrapadas formando los montículos. Pero esto no es lo importante. Lo importante es que esta reacción es el inicio de la fotosíntesis y que este proceso elevó un 20% el nivel de oxígeno de la atmósfera. Y cambió la historia de la vida. Lo sorprendente es que los estromatolitos todavía se forman en aquellas aguas de una salinidad tan elevada como la de la Tierra primitiva. Uno de los sitios donde se encuentran esas estructuras vivas es Shark Bay, en Australia. Donde se guardan las cosas viejas.
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