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Astronomía, Relatos, The goddamn particle

The goddamn particle (IV)


Palomas sobre Aras

J.J. GÓMEZ CADENAS – Hoy tengo que hablar de estrellas. De esas estrellas que ya no vemos casi nunca, ocultas tras la polución lumínica que emborrona las ciudades donde vivimos y nos hace olvidar, demasiado a menudo, esas joyas bellísimas y distantes.

Imagine el lector una noche gélida de invierno. Va oscureciendo poco a poco sobre Aras de los Olmos, mientras mi amigo Vicent Martínez, director del observatorio,  Fernando Ballesteros (otro amigo con quién comparto la pasión por la divulgación, la ciencia ficción y los ETs) y el astro fotógrafo Vicent Peris (el ojo de Kappa y el espíritu de Sagan) abren las cúpulas de dos de los tres telescopios que el observatorio astronómico de la Universidad de Valencia tiene allí. Vamos a observar en uno de ellos. Vicent Peris, mientras tanto, combinará varias fotografías, hechas con distintos filtros en el telescopio TROBAR, para crear una imagen de la nebulosa de Orión.

La nebulosa de Orión fotografiada por V. Peris con el telescopio TROBAR mientras los demás la observábamos

Hemos subido un grupo de amigos, niños incluidos, hay 7 de ellos, el mayor (si no contamos a mi estudiante de doctorado, Francesc) tiene 15 años, la más pequeña —Ruth— tan sólo dos. Hacemos turnos para pegar el ojo al telescopio que apunta primero a la luna, después a Venus, más tarde a Júpiter y finalmente a las pléyades. Cuando aprieta el frío nos refugiamos en la caseta, perfectamente acondicionada, donde los astrónomos tienen una sala de trabajo y habitaciones para cuando hay que echar una noche en blanco, mirando al cielo.

Bromas y risas y felicidad. Sencillísima receta contra la crisis, campo sobre los olivos, aire puro hasta decir basta, un telescopio (pero si me apuran bastaría con unos prismáticos y una linterna), unos cuantos amigos y las risas de los niños, titilando en la oscuridad, refrescándonos la memoria. ¿Quién no atesora el recuerdo de una noche estrellada?

La luna, desde el telescopio, da un poco de miedo. Está aquí al lado, la luz que refleja nos llega en apenas un segundo. Si uno empieza a contar los enormes cráteres que la cubren —cada uno de esos cráteres se debe al impacto de un gigantesco meteorito— y razona que la Tierra está tan expuesta como su satélite (de hecho más expuesta, al ser más grande) a esos destructores ambulantes y divide el número de cráteres por la edad del planeta y se hace la cuenta de la frecuencia entre asesinato y asesinato masivo de especies, nos sale que estamos viviendo de prestado, hace ya cosa de un millón o dos de años. En algún lugar no muy lejano del barrio, un asteroide desconocido se mueve en una órbita que en algún momento —mañana, el año que viene, dentro de cien, o mil siglos— cortará la nuestra. Claro que a quién le importa una extinción masiva cuando las agencias de rating nos han bajado la nota crediticia. Aras de los Olmos es un buen lugar para reflexionar sobre la condición humana.

Orión sobre la cúpula del Telescopio Trobar en el Observatorio de Aras de los Olmos. Foto: Javier Díez

Las pléyades (o palomas, en griego), a cambio, no dan miedo. Son maravillosas. Vicent Martínez y Fernando nos explican que se trata de un grupo de estrellas muy jóvenes, situadas a unos 450 años luz de la Tierra. “Jóvenes” quiere decir que se formaron hace “sólo” 100 millones de años. Comparadas con nuestro sol, son apenas unos bebés, como Ruth.

Mientras miramos al cielo, pasamos frío y tratamos de imaginarnos las civilizaciones de la galaxia, Vicent Peris toma fotografías de la nebulosa de Orión, a unos 1500 años luz de la Tierra. Una distancia pequeña en comparación con los cien mil años luz del diámetro de nuestra Vía Láctea, que convierten a esta nebulosa en un interesante lugar para los estudiosos de la formación estelar. Estrellas relativamente jóvenes, formadas en los pilares de polvo y gas de la nebulosa, emiten una potente radiación ultravioleta que ilumina el entorno,  donde otros procesos de formación estelar están en marcha.

De hecho, las fotos de este grupo muestran muy claramente como el polvo estelar absorbe y dispersa la luz que emiten las estrellas. Lo cual me trae a la cabeza el éter del que hablábamos en la última entrega. ¿Cómo es posible que el universo esté lleno de un medio lo bastante elástico como para propagar las ondas electromagnéticas y a la vez tan absolutamente tenue que la luz pueda llegarnos desde galaxias distantes cientos y miles de millones de años sin ser absorbida? Ciertamente el éter tiene que ser muchísimo más tenue que el polvo estelar. ¿De qué está hecho? ¿Cómo explicarnos sus fabulosas propiedades?

En un artículo para la revista Mètode, Vicent Martínez y Virginia Trimble, repasan la muy acusada manía de escolásticos, filósofos, astrónomos y físicos por inventarse objetos, entidades, fluidos, sopas y jarabes cósmicos, o en su defecto estrellas invisibles o partículas prodigiosas, cada vez que no saben como explicar algo. Algunas veces, las conjeturas de los sabios resultan ser atinadas, como cuando Pauli postuló el neutrino, un pedacito diminuto y fantasmagórico de realidad, que sin embargo ha sido descubierto y estudiado hasta el agotamiento. Otras, famosamente fallidas.

Ya sospechará el lector que el éter cae entre estas últimas. Lo mató un experimento, el de Michelson y Morley que, lejos de acabar con él, pretendía medir la velocidad de la luz con respecto al sistema de referencia definido por tan maravilloso fluido. Y ya que estamos hablando de estrellas, me gustaría explicar la idea del experimento, resucitando al capitán Kirk.

Siéntese cómodamente el lector frente a una imaginaria televisión de los 70. Evoque a la valerosa tripulación de Star Trek, luciendo estupendas patillas (ellos) y peinados afro (las chicas), todos elegantísimos en sus pijamas de perneras anchas. Acaba de empezar el episodio. La Enterprise ha agotado el combustible de sus tanques y necesita repostar urgentemente. Por esta razón el capitán Kirk arriesga un último salto en el hiperespacio que les deja junto a Urk, un planeta particularmente rico en cristales de dilitio —el combustible de los milagrosos motores de su nave—. El único problema es que el planeta en cuestión se encuentra en el espacio Klingon y los Klingons —se sabe— tienen muy malas pulgas.

No obstante, todo parece ir bien. Mr. Scott aparca la Enterprise en una órbita estacionaria entorno a Urk y Spock capitanea una expedición para localizar el combustible, cargarlo y salir por phasers lo antes posible. Todo ocurre rápidamente gracias al famoso truco de la teleportación y en cuestión de unas horas los motores están recuperando su potencia y la nave se prepara para un nuevo salto que la devuelva a zonas menos peligrosas de la galaxia.

Diez, nueve, ocho… murmura Mr. Scott mientras, en unos artilugios parecidos a tubos de neón, el rojo va siendo progresivamente empujado por el verde que indica que los motores ya están casi a punto.  Siete, seis, cinco… en ese momento el hiper-radar de la Enterprise detecta una nave Klingon que acaba de materializarse desde el hiperespacio y se dirige hacia nuestros amigos a toda velocidad.

—Nave enemiga a la vista —informa Scott.

—Coordenadas y velocidad —pide, serenamente, el capitán Kirk.

—Acercándose a 99 % de la velocidad de la luz, distancia 400,000 kilómetros —contesta, imperturbable Spock.

—Cuatro, tres, dos… —continúa la cuenta atrás.

Justo en el instante en que el cronómetro marca un segundo para el salto al hiperespacio, la nave Klingon, que ya ha acortado la distancia a la Enterprise hasta los 300,000 kilómetros dispara su mortífero rayo láser.

Recordemos que la luz viaja (aproximadamente) a 300,000 kilómetros por segundo. La velocidad con que la nave Klingon se acerca a la Enterprise, es también, prácticamente 300,000 kilómetros por segundo, así que la velocidad de la luz en el sistema de referencia del éter (la Enterprise está parada en ese mismo sistema) es de 600,000 kilómetros por segundo y por lo tanto el láser fatal sólo necesita medio segundo para alcanzar a la nave terrestre.

¿O no?

¿Será destruida la Enterprise? ¿Será el fin del capitán Kirk y su valerosa tripulación?

No se pierdan el próximo capítulo… y no olviden que también esta noche, siguen brillando las Palomas sobre Aras de los Olmos.

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One Response to Palomas sobre Aras

  1. Jorge Arellano 29 marzo, 2012 at 20:06 #

    Muy buena nota, me hizo soñar y recordar que éste año nos esperan muchos eclipses, tengo listo ese viejo telescopio japonés que me regalara un americano.

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