La Guerra de Troya nos ha sido transmitida, principalmente, a través de dos grandes obras épicas griegas, la Ilíada y la Odisea, escritas por Homero hacia el siglo VIII a.C., posiblemente como recopilación de una larga tradición oral. La famosa Troya del rey Príamo es descrita como una ciudad hermosa de poderosas murallas, en cuya acrópolis destacaba el palacio del rey. Troya se hallaba en la Anatolia occidental, estratégicamente situada en la entrada del estrecho de los Dardanelos.
Según Homero, en la Grecia continental el rey más poderoso de aquella época era Agamenón de Micenas (fig. 01), cuyo hermano Menelao estaba casado con la bella Helena. El rapto de Helena por los troyanos es presentado como el casus belli que hizo que se formara una enorme coalición de reinos, principalmente de Asia Menor y Grecia, en la que Agamenón tomó el mando. Muchos héroes murieron durante la contienda, como Héctor en un combate singular contra Aquiles (fig. 02), o el propio Aquiles por una flecha de Paris. Pero, finalmente, con la conocida estrategia del caballo de Troya, la ciudad fue tomada, quemada y destruida.
Los relatos de la Guerra de Troya eran tan conocidos en el mundo antiguo que el lugar fue visitado solemnemente por muchos conquistadores. Así lo hizo, por ejemplo, el Alejandro Magno (que se creía descendiente de Aquiles) en 334 a.C. o el romano Julio César en el año 48 a.C. Pero el lugar de la antigua Troya, tras el desvanecimiento de la tradición clásica, no quedó del todo olvidado. Así, por ejemplo, en el año 1403 Ruy González de Clavijo (embajador del rey castellano Enrique III) pudo visitar las ruinas.
Los estudios arqueológicos no llegarían sino mucho más tarde. Tras unos sondeos realizados por Frank Calvert en 1865 en la colina de Hissarlik, deduciendo que este debía ser el lugar de la antigua Troya, las primeras excavaciones de envergadura fueron realizadas a partir de 1870 por el afamado Heinrich Schliemann. Troya presenta nueve niveles arqueológicos principales, desde Troya I que se inicia a principios del III milenio a.C., hasta Troya IX que corresponde al asentamiento romano de Ilium Novum (Nueva Troya). Dos niveles han sido relacionados con el conflicto descrito por Homero. Uno es Troya VI, una gran ciudad de unos 10.000 habitantes cuyo fin tuvo lugar entre 1300 y 1250 a.C. El otro es Troya VII-A (fig. 3), cuyo fin queda marcado por un nivel de cenizas (aparentemente a causa de una confrontación bélica) fechado en el entorno del año 1200 a.C.
Troya existió, ¿pero es histórico el relato de Homero o sólo una ficción griega? La homérica guerra de Troya ha sido tratada por numerosos investigadores desde ambas perspectivas, pero nunca ha habido al respecto un acuerdo. Los hechos tradicionalmente se han situado en el siglo XIII a.C. o principios del siglo XII a.C. por aquellos que han visto en ellos una base histórica. Tucídides (s. V a.C.) en Historia de la Guerra del Peloponeso ubica la guerra a mediados del s. XIII a.C., del mismo que Heródoto de Halicarnaso (s. V a.C.) en su segundo libro de Historiae. Pero en varios epítomes de la Aigyptíaka del sacerdote egipcio Manetón (s. III a.C.) se dice que Troya fue tomada en época de Tausert (mujer que actuó como regente y faraón en Egipto entre 1197 y 1191 a.C.). Y el sabio Eratóstenes de Cirene (s. III a.C.), encargado de la Biblioteca de Alejandría, señaló en su Chronographia el año 1184 a.C.
Una posible reconstrucción histórica del ciclo troyano puede realizarse a partir del conocimiento que tenemos de las relaciones entre Ahhiyawa (posible referencia al mundo aqueo) y Hatti. Pero también, quizás, muchos episodios del ciclo troyano en los que se describe el movimiento de grupos de combatientes por el Mediterráneo oriental, tanto antes como después de la toma de Troya, podría relacionarse con los episodios históricos vinculados a los llamados Pueblos del Mar. Como veremos, la homérica Guerra de Troya y sus consecuencias podría encajar en esencia con acontecimientos históricos conocidos a partir de fuentes hititas, egipcias y próximo-orientales.
Durante la última parte del s. XV a.C. el rey hitita Tudhaliya I-II sometió al poderoso país de Assuwa, en cuya coalición se mencionan Wilusiya y Taruisa, nombres que encajan con los que utiliza Homero para referirse al dominio de Príamo: Ilios (pronunciado Wilios antes de la antigüedad clásica) y Troya. En relación a ello, un texto conocido como La ofensa de Madduwatta ofrece la primera referencia de los aqueos (fig. 4) en la documentación hitita, e implica ya una actividad bélica de los aqueos en la Anatolia occidental a finales del siglo XV a.C. (fig. 5)
En este sentido, no hemos de olvidar que la relación entre los aqueos de Homero y Anatolia es anterior a la Guerra de Troya. Baste recordar que la Ilíada habla del saqueo de la Troya de Laomedon (padre de Príamo) por parte de Heracles. Igualmente, si volvemos al ciclo troyano, vemos cómo Aquiles pasó los años anteriores a la caída de Troya saqueando diversos lugares de la costa de la Anatolia occidental. Tampoco puede obviarse que la mitología vinculada al origen de muchas de las dinastías de la Argólida establece lazos de unión con Anatolia. Así sucede, por ejemplo, con la propia dinastía átrida de Micenas, de donde procederá el rey Agamenón que comandará la coalición contra Troya.
La carta CTH 191 escrita por el rey del Pais del Río Seha (al sur de Troya) a un rey hitita (posiblemente Muwatalli II, principios del s. XIII a.C.), habla de un ataque a Wilusa / Troya aparentemente por parte de tropas hititas, pero también de los ataques que aliados de Ahhiyawa estuvieron realizando en la región (como a Lazpa / Lesbos, mencionada en la Ilíada como una de las islas atacadas por los aqueos), y tal vez incluso contra Wilusa. Quizás por ello los hititas tuvieron que intervenir en Troya.
También de principios del siglo XIII a.C., se conserva el denominado Tratado de Alaksandu, entre el rey hitita Muwatalli II y el rey Alaksandu de Wilusa. En él se recuerda la larga relación de paz existente entre Hatti y Wilusa / Troya. Comprobamos, pues, que Troya estuvo en la órbita de Hatti durante, al menos, parte del siglo XIV y XIII a.C. Por otro lado, el tratado también hace hincapié en la colaboración militar. Cabe recordar que Homero se refiere al raptor de Helena indistintamente como Paris o como Aleksandros, nombre que curiosamente corresponde al Alaksandu del tratado hitita. Además, uno de los dioses que garantizan el tratado por la parte de Alaksandu es Appaliuna, del que algunos opinan que podría ser equivalente a Apolo, el dios que ayudó a Paris a matar a Aquiles.
Cuando Muwatalli II se enfrentó al rey egipcio Ramsés II en la famosa batalla de Qadesh en el año 1275 a.C. (fig. 6), entre los países aliados del ejército hitita cabe citar el País de Drdny (Dardany), pues como dardanoi se definían las gentes de la Tróade. En la homérica Guerra de Troya los dardanoi fueron liderados por el héroe Eneas, que tras la caída de Troya escaparía al Lacio, en la península itálica. Él se había casado con una hija del rey Príamo, con la que tuvo a Iulo, que sería concebido como antepasado de la gens iulia romana, motivo por el que Julio César tenía especial interés por visitar Troya.
Otros aliados llevados por Muwatalli II a la batalla de Qadesh procedían del País de Irtju (Arzawa, región de Lidia), Rk (Lukka, en Licia) y del País de Qrqsh (Qarqisha, es decir, Caria), también en Anatolia. Según Homero, además, Caria fue aliada de los troyanos.
Precisamente, la llamada Carta de Tawagalawas (de época de Muwatalli II o Hattusil III) que debía enviarse al Gran Rey de Ahhiyawa, recuerda que Hatti y Ahhiyawa estuvieron enemistados tiempo atrás a causa del asunto de Wilusa / Troya. Gracias a documentos como este, de mediados del s. XIII a.C., podemos plantear que la Guerra de Troya fue una guerra entre Ahhiyawa y Hatti, y los reinos asociados a ambos, por el control de esta zona del oeste de Anatolia.
En la segunda mitad del siglo XIII a.C. el reino de Ahhiyawa seguía siendo un factor desestabilizador en la Anatolia occidental. Controlaba el Egeo e incluso realizaba alianzas (contra los hititas) con reinos de la Anatolia occidental. De esta época es la Carta de Milawata, enviada por el rey hitita Tudhaliya IV (ca. 1237-1209 a.C.) (fig. 7) a uno de sus vasallos de Anatolia occidental. En ella se menciona al rey Walmu de Wilusa / Troya que, a causa de una rebelión, tuvo que abandonar su ciudad para refugiarse en el reino de Mira, siendo reclamado por el rey hitita. También de esta época es el Tratado de Sausgamuwa entre Tudhaliya IV y el rey de Amurru (Siria), en el que se establece la prohibición de que las naves de Ahhiyawa descarguen en los puertos de Amurru, lo que evidencia que este reino seguía siendo una potencia marítima comercial. Por otra parte, es curioso ver cómo el escriba de este texto definió al rey de Ahhiyawa como un Gran Rey, un igual a los reyes de Egipto, Babilonia y Asiria, si bien después se lo pensó mejor y lo tachó.
Tudhaliya IV en sus últimos años de reinado fue contemporáneo de los primeros años de Merenptah (1213-1203 a.C.), rey egipcio que en el año 1208 a.C. se enfrentó contra una coalición libia apoyada por contingentes extranjeros: los aqawasha o ekwesh, los turshu, los luku, los sherden y los shekelesh. El origen de estos es fuente de discusión, si bien es posible que los podamos relacionar con gentes de las costas de Anatolia y el Egeo. Así, los turshu se han comparado con el término hitita Taruisa (Troya), pero también con los tursenoi de Lidia, en el oeste de Anatolia, o la ciudad de Tarsus en Cilicia. Los luku deben asociarse con gran probabilidad a las gentes de Lukka, cuya zona de origen es la región de Licia, en la costa de la Anatolia suroccidental. En una de las cartas de Amarna el rey egipcio acusaba al de Chipre de haber dado apoyo a los piratas de Lukka, y soldados de Lukka habían combatido en Qadesh contra Ramsés II. En la Ilíada, además, los lukioi aparecen como aliados de Troya. Los shekelesh, si se relacionan con la antigua Sagalassos, también serían de la región de Lukka. Por otro lado, los sherden, mencionados en muchos documentos egipcios, podrían venir de Anatolia occidental (Monte Sardene o Sardis), pero otras opciones son factibles.
Los aqawasha, que constituyen el contingente extranjero más numeroso, podrían hacer referencia a los ahhiyawa y, por ende, a los aqueos. Cabe recordar las palabras de Tucídides en la Historia de la Guerra del Peloponeso, cuando en referencia a los griegos antiguos, los de la época micénica, dice que se volvieron piratas, como forma de vida, para obtener recursos.
En este punto, vale la pena recordar unos fragmentos de la Odisea, donde Odiseo (Ulises) relata precisamente la práctica de la piratería y su expedición a Egipto tras la destrucción de Troya:
«Equipé nueve naves (…). A los cinco días llegamos a Egipto (…) saquearon los hermosos campos de los egipcios, se llevaron a las mujeres y niños y mataron a los hombres. Pronto llegó el griterío a la ciudad, así que al escucharlo se presentaron al despuntar la aurora. Llenose la llanura toda de gentes de pie y a caballo y del estruendo del bronce (…) Por todas partes nos rodeaba la destrucción; allí mataron con agudo bronce a muchos de mis compañeros y a otros se los llevaron vivos para forzarlos a trabajar sus campos»
¿Podría haber una asociación entre el relato homérico de la Odisea, donde se habla de la derrota de los aqueos y el episodio de época de Merenptah para el que las inscripciones egipcias hablan de 1213 bajas entre los aqawasha? Como vemos, aún a pesar de las diferencias, hay muchos elementos que permiten establecer una comparación.
Los movimientos de tropas, mercenarios o piratas por el Mediterráneo oriental se hacen más evidentes en la documentación desde principios del siglo XII a.C. De hecho, el último gran rey hitita, Shupiluliuma II (ca. 1207-1178 a.C.) tuvo que enfrentarse a ellos. También, un intercambio epistolar entre el rey de Alashiya (Chipre) y el rey de Ugarit, aliados de los hititas, muestra nítidamente cómo el avistamiento de naves enemigas anunciaba el desastre inminente. En Egipto, mientras tanto, Ramsés III, preparó sus tropas para hacer frente a estos invasores hacia el año 1180 a.C. (fig. 08). Un texto jeroglífico conservado en su templo de Medinet Habu relata este momento:
«Ningún país pudo resistir ante sus armas. Hatti, Kode, Karkemish, Arzawa y Alashiya, todos quedaron aislados. (…) Avanzaron sobre Egipto mientras la llama se preparaba delante de ellos. Su liga eran los peleset, los tjeker, los shekelesh, los denyen y los weshesh»
Los peleset (fig. 09), que dan origen a los filisteos que acabarán asentándose en la zona Palestina proceden, según la Biblia, de Kaphtor (comúnmente asociada a la isla de Creta). Sin embargo, se han barajado múltiples hipótesis sobre la procedencia original de este grupo: desde Grecia hasta Anatolia y norte de Siria. Quizás, el análisis ADN de los esqueletos filisteos hallados recientemente en un gran cementerio en Ashkelón podría aportar luz sobre el origen de este pueblo (fig. 10). Constituyeron el grupo más numeroso entre la coalición que intentó invadir Egipto en época de Ramsés III.
El origen del resto de grupos es igualmente incierto. Los tjeker (fig. 11) (que en los relieves de Medinet Habu aparecen ataviados como los peleset) se han relacionado con gentes de Siria pero también con Teucro, el rey mítico de la Tróade que heredó el trono de Troya. Los teucros, tras la guerra de Troya, se dice que recalaron en Chipre. También de los weshesh se ha querido ver una relación con Wilusa, es decir, con los troyanos. Pero tampoco podemos afirmar nada al respecto.
Por último, los denyen o danuna han sido comparados con los danaoi con los que Homero se refiere (junto a los akhaioí / aqueos y argeioi / argivos) a los griegos. Una buena referencia egipcia a los danaoi griegos la hallamos en un texto de Amenhetep III (mediados s. XIV a.C.). En ese texto se menciona Tinaiu, que aparece junto a numerosos lugares de Creta (como Knossos), Grecia (como Micenas) e incluso, aunque con reservas, Troya. Esto podría encajar bien con el hecho de que el Papiro Harris habla de los denyen como aquellos “que están en sus islas”. Pero otra opción, postulando un posible origen anatólico, es que deban relacionarse con el reino de Danuna, mencionado en las cartas de Amarna, equivalente a la Adana o Adaniya de las fuentes hititas.
Recientemente se ha publicado la traducción de un documento luvita supuestamente hallado en 1878 en Beyköy (oeste de Anatolia). El texto, a menos que sea falso (pues hay discusión sobre su autenticidad), aporta información de gran importancia. En él se habla de cómo el rey de Mira mandó al príncipe Muksus de Troya a una expedición que consiguió la conquista de Ashkelon (en la actual costa de Israel), donde construyó una fortaleza, probablemente como base para otras operaciones de piratería por la zona. También se refiere al conocido episodio de la expulsión del rey troyano Walmu, indicando que el anterior rey de Mira se hizo con el control de Troya instalando nuevamente a Walmu en el trono a cambio de su fidelidad. Este texto sería una prueba de cómo desde la Anatolia occidental se lanzaron razzias al Levante mediterráneo, en este caso desde la misma Troya, lo cual enlaza no sólo con episodios homéricos sino también con los acontecimientos vinculados a los Pueblos del Mar.
En conclusión, a lo largo de estas líneas hemos visto las relaciones y conflictos que afectaron a Ahhiyawa, Hatti, Troya, los reinos de la costa mediterránea de Anatolia, Egipto y los Pueblos del Mar. Aunque en absoluto podemos conseguir mediante ellos un encaje perfecto con los relatos del ciclo troyano, no cabe duda que sí permiten suponer una conexión entre estos acontecimientos y el relato homérico, que habría bebido así de fuentes históricas, adornadas con numerosos elementos épicos.
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