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Las nubes en el arte (II)


Los cielos velazqueños

La expresión “cielos velazqueños” se emplea en ocasiones para hacer referencia a unos cielos complejos, enmarañados, con presencia en ellos de diferentes géneros nubosos tales como los cirroestratos y los altoestratos (nubes altas y medias que se extienden en la horizontal, cubriendo gran parte de la bóveda celeste). En Meteorología se hace referencia a los “cielos caóticos” para identificar ese mismo tipo de cielos, en los que no domina un solo tipo de nube.

Cirros y cirroestratos enmarañando el cielo, dando como resultado lo que popularmente se conoce como un cielo velazqueño.

Cirros y cirroestratos enmarañando el cielo, dando como resultado lo que popularmente se conoce como un cielo velazqueño.

La referencia al genial Velázquez (1599-1660) tiene su razón de ser en los cielos que aparecen en algunos de sus cuadros más famosos, como “La rendición de Breda” (1634-35) –mundialmente conocido por “Las Lanzas”–, los retratos ecuestres de distintos miembros de la realeza, que también pintó Velázquez para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, así como los retratos de caza destinados a la antigua Torre de la Parada, localizada en el madrileño Monte del Pardo.

“La rendición de Breda”, conocido también como el cuadro de “Las Lanzas”, pintado por Diego Velázquez en 1634-35. © Museo Nacional del Prado

“La rendición de Breda”, conocido también como el cuadro de “Las Lanzas”, pintado por Diego Velázquez en 1634-35. © Museo Nacional del Prado

En todos ellos dominan las tonalidades azules y grisáceas, amén de una gran variedad de formas nubosas, todas ellas realizadas con una impecable técnica pictórica. El historiador José Camón Aznar describió “El príncipe Baltasar Carlos, cazador” en los siguientes términos: “Pocos cuadros como éste nos dan una impresión de más auténtica naturaleza, de contacto vivo y real con la tierra, con los montes, con el aire fresco y transparente y ahora matizando su luminosidad con ese nublado de nubes anchas que atenúan el contraste con la preciosa figura del príncipe.”

“El príncipe Baltasar Carlos, cazador” (1635-36). Diego Velázquez. © Museo Nacional del Prado

“El príncipe Baltasar Carlos, cazador” (1635-36). Diego Velázquez. © Museo Nacional del Prado

“Retrato ecuestre del Conde-Duque de Olivares” (h. 1638). Diego Velázquez. © Museo Nacional del Prado

“Retrato ecuestre del Conde-Duque de Olivares” (h. 1638). Diego Velázquez. © Museo Nacional del Prado

La razón por la que Velázquez enmarañaba tanto los cielos no se sabe a ciencia cierta, aunque podemos especular un par de posibles causas. Una de ellas pudo ser de índole económica, aunque es muy especulativa. Ya desde el Renacimiento, los pintores al óleo usaban diferentes pigmentos naturales para disponer de los distintos colores. El azul celeste se conseguía gracias al polvo de lapizlázuli, un mineral que en aquella época procedía exclusivamente de unas minas situadas en la actual Afganistán, y que debido a su escasez era un bien muy preciado y de elevado precio, hasta el punto de que se conocía como “oro azul”. Los artistas trataban de racionarlo, y esa podría ser una de las causas por las que Velázquez lo utilizaba en las dosis justas en sus cielos, sin emplear grandes cantidades.

Los cielos de Velázquez. Gráfico: JM. Álvarez / Metagràfic

La segunda posible causa, que expondré a continuación, me parece más plausible y está íntimamente relacionada con el tiempo atmosférico que dominó en Madrid durante los años en que Velázquez fue pintor de la Corte. Entre 1632 y 1636 el genio sevillano realizó por encargó los distintos retratos reales en los que aparecen sus famosos cielos velazqueños. ¿Predominaron aquellos años los días nublados sobre los despejados? A pesar de encontrarnos por aquel entonces en uno de los períodos más fríos de la Pequeña Edad de Hielo (lo que implicaría un predominio de situaciones norteñas sobre la Península Ibérica, con presencia en Madrid de bastantes días gélidos y secos, con los cielos poco nubosos o despejados), las fuentes documentales arrojan algo de luz en el asunto. En su libro “Historia del clima de España” (1988), el meteorólogo Inocencio Font Tullot nos dice que “durante la cuarta década [del siglo XVII] el frío mengua notablemente, sin que se tenga noticias de inviernos muy fríos.”. La mayor templanza de aquellos años pudo haber sido la causa de una mayor nubosidad en los cielos de Madrid, lo que habría quedado reflejado en los cuadros de Velázquez.

Esta interesante conexión entre la Meteorología y la Pintura la encontramos en muchos otros pintores de todas las épocas y estilos. Como resultado de una sesuda investigación, en 1970 el profesor de la Universidad de Pennsylvania State, Hans Neuberger publicó un artículo titulado “Climate in Art” [El clima en el Arte], basado en el análisis de la cantidad de nubes que aparecen en los cielos de miles de cuadros pintados por distintos artistas durante el período 1400-1967. Su conclusión fue la siguiente: “Los resultados de esta investigación apoyan la tesis de que el artista, como un cronista consciente o inconsciente de su entorno, y el clima, como agente omnipresente en todas las actividades humanas y sus expresiones artísticas, se combinan para revelar la experiencia climática real del artista, que se puede expresar como un promedio de los elementos climáticos presentes en sus pinturas.” Los cielos velazqueños no parecen ser una excepción.


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One Response to Los cielos velazqueños

  1. Beatriz Monerri 22 septiembre, 2013 at 9:20 #

    Un nuevo e interesante artículo de esta serie relacionada con el cielo y el arte. Para los seguidores de la divulgación relacionada con estos temas, me gustaría compartir la información sobre una interesante exposición que se celebra en el centro Pompidou en Metz (delegación del centro Pompidou de Paris). Se trata de una exposición que contempla la visión del artista desde el cielo. La exposición «Vues d´en haut», es una muestra de cómo los artistas son perceptivos a los avances de cada momento. En la página web del mencionado centro se pueden apreciar, por ejemplo, imágenes fotográficas tomadas por Nadar y Black de sus primeros viajes en globo. Es una perspectiva diferente, no es tanto cómo contempla el artista el cielo y lo plasma en su obra sino cómo el artista ve el mundo y la realidad que lo rodea desde el cielo o desde una cierta altura. Es fantástico comprobar que los artistas nunca han sido insensibles a la realidad que les rodea y a los avances técnicos que en cada época se producen.

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