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Nanorobs que destruyen células por calentamiento

Nanorobs. Gráfico: JM Álvarez / Metagràfic

PEDRO C. – La aplicación en medicina de las nanopartículas se basa en una idea relativamente sencilla: coges una partícula diminuta de un material inerte como el oro, le añades en su superficie algo que detecte el tipo de célula específico que quieras atacar, y consigues que una vez allí libere un fármaco específico, emita una radiación que tú podrás seguir desde el exterior, o realice cualquier función que hayas diseñado químicamente.

En este experimento en concreto, los investigadores observaron que la acumulación de nanorobs era tan significativa que las células cancerígenas ganaban hasta un 13% de peso.

Evidentemente, es más sencillo de decir que de hacer. Además de los problemas de toxicidad, falta mejorar aspectos como especificidad, que las nanopartículas se distribuyan bien y no se acumulen en órganos como el hígado, o que realmente la célula diana las absorba e integre en su interior.

Respecto éste último punto científicos de la Rice University en EEUU han logrado un prometedor avance: conseguir que células cancerígenas incorporen hasta 2 millones de minúsculas partículas de oro llamadas nanorobs en cada célula. La propiedad específica de estos nanorobs es que cuando reciben luz, aumentan un poquito su temperatura, y esto puede ser utilizado para calentar la célula cancerígena hasta destruirla.

El líder del estudio, el químico Eugene Zubarev de la Rice University explica que “lo ideal es utilizar láseres de poca intensidad para así minimizar los riesgos en tejido sano, por eso es importante lograr que las células diana absorban muchas partículas, porque así puedes rebajar la intensidad y duración de la irradiación láser”

En este experimento en concreto, los investigadores observaron que la acumulación de nanorobs era tan significativa que las células cancerígenas ganaban hasta un 13% de peso. A pesar de ello, según Zubarev “las células mantenían funcionando normalmente, incluso con el oro dentro de ellas”.

El objetivo es doble: que las partículas no sean tóxicas pero se vuelvan letales al ser activadas por un láser, y que se integren específicamente y en grandes cantidades en las células cancerígenas para poder utilizar pulsos muy pequeños de luz que no sean problemáticos si partículas residuales entran en otros tejidos sanos.

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