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Recreación de un disco protoplanetario, donde las partículas de polvo y granos chocan, y por acreción forman planetas o asteroides. Imagen de la NASA.

La ruta de la seda espacial

2008 EV5 es el nombre del asteroide elegido. Un pequeño objeto de unos 400 metros de diámetro, al que una sonda interplanetaria podría llegar en menos de dos años. La mitad del tiempo que empleó Marco Polo en llegar al Extremo Oriente. La comparación no es baladí.

La misión espacial Marco Polo-R ha elegido este paralelismo con el viajero veneciano a sabiendas de lo que podría aportar un análisis pormenorizado en la Tierra de las muestras que se recojan en el objeto celeste. De la misma forma que Marco Polo enriqueció las formas de vida europeas después de absorber, entre otros muchos descubrimientos, los usos que los chinos daban al carbón o los armenios al petróleo, la misión Marco Polo-R pretende responder a algunas preguntas de enorme valor científico: ¿podrían los asteroides primitivos contener material desconocido? ¿cuál es la naturaleza y el origen de los compuestos orgánicos de los asteroides primitivos? ¿contribuyeron en algún modo al origen de la vida?

El nuevo viaje de Marco Polo

La Agencia Espacial Europea (ESA) tendrá que decidir a principios de 2014 entre cinco misiones, Marco Polo-R y otras cuatro competidoras, qué propuesta será la elegida para lanzar al espacio una sonda interplanetaria en 2022. Numerosas instituciones europeas y más de 600 investigadores apoyan activamente esta misión. España tiene cuatro componentes en el núcleo promotor: Luisa María Lara, del Instituto de Astrofísica de Andalucía; Javier Licandro, del Instituto de Astrofísica de Canarias; Josep María Trigo, del Institut de Ciencies del Espai, en Cataluña, y Adriano Campo Bagatin, del Departamento de Física, Ingeniería de Sistemas y Teoría de la Señal de la Universidad de Alicante.

Vista artística de la nave Marco Polo-R mostrando un brazo robótico para recolectar una muestra de la superficie de un asteroide cercano a la Tierra (NEA). Imagen creada a partir de un antiguo concepto de la misión Marco Polo por Yoshikawa Makoto (JAXA).

Vista artística de la nave Marco Polo-R mostrando un brazo robótico para recolectar una muestra de la superficie de un asteroide cercano a la Tierra (NEA). Imagen creada a partir de un antiguo concepto de la misión Marco Polo por Yoshikawa Makoto (JAXA).

“Lo que hace especial esta misión es el hecho de recoger una muestra del asteroide y traerla a Tierra para poderla analizar en detalle, utilizando todas las técnicas y los modernos dispositivos de laboratorio que sería impensable poner en una pequeña sonda interplanetaria. Así mismo, una parte de las muestras se podrían conservar para analizarse durante décadas con nuevos y más sofisticados instrumentos, como actualmente ocurre con las muestras traídas por las misiones lunares de los años setenta”, destaca Adriano Campo Bagatin.

Pero, ¿por qué gastar tiempo y dinero en traer muestras de un asteroide cuando a la Tierra ya han llegado centenares de fragmentos de meteoritos que se estudian en laboratorios de todo el mundo? “Por una parte, los meteoritos nos llegan a la superficie de la Tierra tras haber sido sometidos a grandes presiones en los eventos de impacto que los originaron en el cinturón de asteroides. Finalmente, debido al estrés sufrido por esos materiales tanto en los impactos como en su exposición al espacio interplanetario, suelen fragmentarse en su brusca entrada a la atmósfera terrestre, con velocidades superiores a los 40 mil kilómetros por hora. Por otra parte, la gran mayoría de los meteoritos disponibles proceden de la parte más interna del cinturón de asteroides, mientras que son mucho más raros los meteoritos carbonáceos que, curiosamente, provienen de los asteroides primitivos, que son los más numerosos y contienen la información más relevante sobre los orígenes del Sistema Solar. Estos componentes carbonáceos son mucho más frágiles y la entrada en la atmósfera les resulta particularmente destructiva”, explica el profesor de la Universidad de Alicante.

Condrita NWA 869.

Condrita NWA 869.

El asteroide 2008 EV5 es de tipo carbonáceo. Esto permite viajar mucho más lejos en el tiempo. “Los asteroides con un diámetro inferior a unos 100 kilómetros pudieron irradiar al espacio el calor generado por la desintegración radiactiva de los materiales que los formaron hace 4.565 millones de años”, asegura el profesor Trigo. Sus materiales están considerados “auténticos sedimentos de la creación”, señala, y podrían arrojar luz sobre el denominado disco protoplanetario. Una nebulosa de gases y polvo alrededor de una estrella central donde se formaron los primeros bloques sólidos llamados planetesimales. Aquí se desarrollaron los procesos físicos que, en el curso de millones de años, llevaron a la formación de los planetas.

 

 

 

 

¿Por qué un asteroide carbonáceo y primitivo podría darnos pistas sobre el origen de la vida? Del estudio de las condritas carbonáceas llegadas a la Tierra se sabe que estos asteroides estuvieron empapados en agua justo después de su formación. “Se agregaron en regiones externas del disco protoplanetario donde las bajas temperaturas permitieron la condensación de hielos y de materia orgánica”, subraya Trigo. “Los estudios de la alteración acuosa que estamos realizando en el Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC) nos hace sospechar que la interacción entre los granos metálicos, los filosilicatos y la matriz orgánica participaron en la catálisis de compuestos orgánicos más complejos como, por ejemplo, aminoácidos”.

Los aminoácidos son moléculas imprescindibles para la vida, los eslabones que engarzan las cadenas de proteínas, el elemento constituyente del ADN de la células. Realmente “somos polvo de estrellas”, como decía Carl Sagan. La existencia de aminoácidos en el espacio interestelar puede dar un vuelco a nuestra compresión del germen de la vida. Si se detectara su presencia de manera inequívoca, habría que concluir que los procesos físicos que dan lugar a la vida no son fenómenos extraordinariamente raros en el Universo, sino justamente lo contrario. “Las muestras retornadas a la Tierra podrían revelar información valiosa acerca de la presencia de material orgánico en su interior con implicaciones astrobiológicas imprevisibles, proporcionando potencialmente nuevas pistas sobre el surgimiento de la vida en la Tierra”, enfatiza Campo Bagatin.

Además de la vertiente científica, el investigador de la UA destaca las posibilidades que ofrece poner en marcha esta misión para el desarrollo tecnológico de nueva instrumentación. “Parte de la cual se desarrollaría en instituciones y empresas españolas del sector”, asevera.

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